No fue un buen día ayer para Plácido Domingo. No. Fue un martes tormentoso. Y, aplicando el derecho fundamental de la presunción de inocencia, completamente innecesario.
La presunción de inocencia la aplico a esas nueve mujeres que le acusan de abuso sexual. Quiero creer que lo que dicen es cierto, y que no hacen esto por intentar acabar con la carrera del que es, posiblemente, el tenor más importante de los más de cuatrocientos años de la historia de ópera. Quiero creer que no hacen esto –en el caso de la mezzo Patricia Wulf, que es la única que ha dado la cara– por conseguir la fama que no llegó a las marquesinas de los templos líricos. Quiero creer que no hacen esto por desprestigiar al hombre que, posiblemente, más ha hecho por la ópera y, sin duda, por la zarzuela en todo el mundo.
Los hechos se remontan a hace treinta años. Si hoy Plácido Domingo –que esta temporada que empieza en septiembre celebra sus 50 años en la lírica en el Teatro de La Zarzuela de Madrid– es un superman de la ópera, entonces era, directamente, un dios. Vivía un momento en el que estaba tocado por la varita mágica de la gracia del arte. No es de extrañar que fueran muchas las personas que quisieran acercarse a él para lo que fuera, desde para tener sexo hasta pasar una velada hablando de cualquier cosa. Yo lo hubiera hecho. Cualquiera de las dos opciones.
Estaba en la plenitud de su carrera, y era guapo como un galán de cine. Pisaba, entonces, los escenarios más importantes del mundo, con los mejores compañeros de reparto y directores de orquesta que nadie hubiera podido soñar. Como, por otro lado, sigue haciendo ahora. Aunque igual debería dejar de hacerlo, pues una persona que ha llegado al olimpo de los dioses estando en la tierra, no se merece el titular en primera página de todos los medios del mundo de ‘A Plácido Domingo se le rompe la voz en el escenario’. Personalmente nunca querría leer ese titular. Pero mucho menos el que ayer copó los informativos de todo el mundo en ese martes tormentoso.
El fenómeno del #MeToo no tiene límites. Pero, ¿por qué ahora? Por supuesto que no hay que dudar de las versiones de estas nueve mujeres, que hoy dicen lo que entonces –y durante todos esos años posteriores– callaron: que se sintieron acosadas. Pero, ¿qué ha pasado en un martes de agosto para que salgan a la luz? ¿Por qué justo ahora que acaban de conocerse los ‘problemas’ de los hijos del matrimonio con la iglesia de la Cienciología y las supuestas donaciones que el tenor ha hecho a esta organización? ¿Por qué ahora y no hace un año, siete meses o en el futuro 2021?
Plácido, por otro lado, ha reconocido en un comunicado que sí que ha mantenido esas relaciones, pero que pensaba que “eran consentidas”. Hace ya años que existe a nivel mundial, en los países que llamamos civilizados, el sentimiento de rechazo y repulsa a estas actitudes totalitarias, de repugnante abuso de poder, bien sea de un hombre contra una mujer, como de una persona contra otra, independientemente de su sexo, sobre todo en unos años en los que queremos acabar con los roles del binarismo. Por eso, ¿por qué ahora?, justo en el mes por excelencia de sequía informativa. ¿Por qué no denunciaron cuando estalló el #MeToo o cuando salieron las acusaciones contra Levine y hubiera sido como seguir ‘tirando del mismo hilo’ de ‘escándalo sexual en la música clásica’? ¿Por qué no se dijo nada cuando salieron los abusos de Kevin Spacey –que luego se han desestimado– los cargos de presunta agresión sexual?
En el mundo de la lírica, como en el del teatro o en el del periodismo, todos hemos visto como son muchos los que se acercan a personas/personajes de poder. También en el de la empresa y, posiblemente, en todos los ámbitos laborales, aunque algunos sean los más mediáticos. Este acercamiento puede ser desde porque existe una admiración intelectual hasta porque esas personas quieren subir ‘por la vía rápida’ en su profesión. Ambos son completamente lícitos, siempre que sean de forma consensuada. Personalmente he vivido de cerca muchos casos, y de todo tipo. Muchos amigos míos podrían, hoy, decir que esos popes culturales o del periodismo abusaron, ayer, de ellos. No lo van a hacer porque no fue así: fueron relaciones consentidas por ambos lados. ¿Es malo? ¿Tan moralistas somos?
Desconozco si estas nueve personas han vivido, con tormento, esa supuesta situación, denunciable, detestable y asquerosa en caso de ser verdad. Pero sí que desconfío de la forma en la que se ha hecho pública. Una persona que sabe de lo que habla, y que conoce a Plácido Domingo como a la palma de su mano, me dice: “Con esas actitudes van a hacer que un problema real, que existe, parezca frívolo”. No lo podría definir mejor.
No. No fue, ayer, un plácido martes para el tenor más grande (no digo el mejor, que los gustos son muy personales) de la historia, al menos desde que hay registros sonoros. Y, sinceramente, creo que no se lo merece.
Plácido Domingo volverá a Salzsburgo a finales de agosto a hacer Luisa Miller. En ese festival saben lo que hacen. No es hacer un bolo de provincias para el tenor que hoy está en la tesitura de barítono. Ahora que empiezan las cancelaciones, es la primera vez, en años, que me alegro de que vuelva a subirse a un escenario. Y ojalá siga haciéndolo muchos años más, aunque cuando hizo la Giovana a’Arco en el Real en julio opinase todo lo contrario…