Cuando todos pensábamos que Raphael era un monstruo que ya no podía decirnos nada nuevo, llega El niño de Linares y nos vuelve a quitar la razón: le queda mucho por contar. Y por cantar. Muchísimo. El jueves 20 reventó el Palacio de los Deportes de Madrid; lo siento, prefiero ese nombre al de WiZink Center. Dos conciertos, jueves y viernes, con todo vendido desde hace semanas. Es decir, 30.000 personas para dar el pistoletazo de salida a la Navidad (no podía faltar El tamborilero) y cerrar esta gira de ReSinphónico que ha arrasado por toda España. [apunte: al contrario que otros cantantes que hacen un solo concierto en Madrid, Raphael se ‘peina’ todo el país en giras anuales que le llevan a todos los rincones, que también llena]
No hay nadie como Raphael. Esto es un hecho objetivo. Es, posiblemente, el ‘más grande’ artista que haya parido España en el siglo XX. Pero lo fuerte es que llevamos ya dos décadas del XXI. Y quizás ha sido en estos años dos mil en los que ha dado lo mejor de sí mismo. Más que un grande de España, es un inmenso. Él mismo lo dice en una de sus canciones más emblemáticas: pasó de la niñez a sus asuntos, la garganta. Poco después de eso (de cantar en las escolanías de la triste España de los años 40 y 50), en 1962, ganó en el Festival de Benidorm y, en el 65, debutó en el Teatro de La Zarzuela. Fue un concierto mítico en el que se obtuvo la no menos mítica fotografía del artista de espaldas con el auditorio en pie. Una imagen que se ha copiado hasta la saciedad. A las puertas de 2020, esa misma foto está repetida, pero ante 15.000 personas. Solo por eso, no hay nadie como Raphael.
Pero no es grande, inmenso, de España solo por ello. Lo es porque lleva batiendo todos esos récords con una cosa hasta ahora nunca vista: siendo cien por cien fiel a sí mismo, pero dando siempre algo nuevo en cada uno de sus conciertos.
Lo cierto es que en el siglo XXI podemos hablar de un nuevo Raphael. Tras su delicada operación que le devolvió la vida, el de Linares regresó con más fuerza que nunca, pero también más puro y auténtico. Más ‘depurado’, dando importancia a lo que de verdad la tiene. Y, siempre, manteniendo ese dominio del espectáculo del que pocos artistas pueden presumir, que sabe dosificar con maestría. Aunque muchos le cataloguen como «el rey del exceso», no es cierto: sabe dar el ritmo que cada momento requiere.
En esta ocasión, vuelve a estar arropado por una gran orquesta sinfónica. Por ello el espectáculo se llama ReSinphónico. El show arranca, como no podía ser de otra manera, con unos espectaculares acordes de Yo soy aquel. Y aparece la estrella. Luego, unos temas nuevos (su cancionero no para de crecer año tras año) que canta con una voz extrañamente aterciopelada, como acariciándolos, dándoles ese cariño que necesitan esas nuevas canciones que aún no han pasado a la categoría de ‘joyas de la corona’ de su repertorio. Esa categoría solo la da el paso de los años. Pero Raphael las mima, en este inicio de concierto, bendiciéndolas.
Unos pocos minutos después, con un Digan lo que digan en el que brillan con sonido propio los geniales arreglos de Lucas Vidal, el espectáculo alcanza unos vuelos inimaginables. Esa gran orquesta sinfónica se pone a la disposición del Raphael más discotequero que revisa todos sus grandes temas. Desde A que no te vas hasta Escándalo. Es lo que tiene ‘Estar enamorado’ de esta profesión: si confundes tu cuerpo con tu alma, es que estás enamorado; es que estás enamorado… Él lo está.
Su público, también. La horquilla es muy amplia, desde los veinte pocos hasta… al menos tres generaciones de una misma familia se dan cita en los conciertos de Raphael. Y hablar de edades es algo muy ordinario, propio de la prensa que se estila estos días. No caigamos en ello. Lo importante es que muy pocos artistas pueden decir eso. Quizá ninguno.
Por todo ello, estamos ante un grande de España. El inmenso Raphael ha vuelto a demostrar que es el mejor artista que ha parido esta tierra en el siglo XX. Veremos si no traspasa al XXI en esa categoría.
Raphael puede gustar o no gustar. Pero resulta innegable que es nuestra gran estrella.