La exposición colectiva en Madrid The Boys in the Band trata de responder a la pregunta «¿cuánto han cambiado los hombres gais en 50 años?» inspirándose en el clásico de Broadway Los chicos de la banda. La propuesta es sencilla: revisar los temas que incluía aquella primera obra teatral donde la vida de los gais se contaba de forma real, y devolvérnoslos en la visión de una veintena de artistas de la actualidad. Un juego a favor de la diversidad estética y discursiva, y de las mismas preguntas que aún hoy debemos hacernos. Porque la lucha continúa.
Pocos años antes del milagro revolucionario de Stonewall (capitaneado por una mujer transexual afroamericana, Marsha P. Johnson, no nos cansemos de recordarlo), Mart Crowley, un treintañero gay, blanco, de clase media y con estudios, que trabajaba como guionista de televisión, tuvo la suerte de coincidir en un set con Natalie Wood, la actriz del momento y abiertamente afín a la causa LGTB. Se hicieron amigos y ella lo contrató como asistente personal con el único objetivo de que tuviera tiempo para terminar la primera obra teatral que preparaba, The Boys in the Band, que se estrenaría en 1968 en Broadway.
La premisa era sencilla: un grupo de amigos muy dispares, desde el que no quiere ser homosexual hasta el que vive por y para las orgías, se reúnen en una fiesta de cumpleaños. Pronto los estreses de sus propias vidas, combinados con el alcohol de la fiesta, empiezan a crear estragos entre ellos. La obra, que carecía de voluntad activista en favor del alegato emocional, la reivindicación de un amor libre y no condicionado entre hombres, sí que tocaba tangencialmente muchos temas aún presentes: homofobia, plumofobia, armarización, visibilidad, miedo a la soledad y la vejez y un catálogo razonado de las distintas maneras de asimilar las relaciones íntimas entonces.
Fue un rotundo éxito, estuvo más de dos años en cartel y, entre los espectadores señalados que la disfrutaron se contaban desde Jackie Kennedy hasta Groucho Marx. En 1970 se convirtió en película a las órdenes de William Friedkin, director de El exorcista. El productor Ryan Murphy está preparando ahora un remake con el reparto de su también exitoso reestreno en Broadway en 2018, encabezado por Zachary Quinto. Cabe decir, para que entendamos el contexto, que los actores gais que la interpretaron por primera vez no salieron del armario tras el éxito, y que buena parte del equipo original caería en los años 80 a causa de la pandemia del VIH.
Sobre esta premisa, el artista y comisario queer David Trullo ha montado una exposición colectiva homónima. The Boys in the Band trata de extrapolar los temas de aquella obra teatral al presente español, para ver si los gais nos seguimos preocupando y planteando los mismos temas, probablemente no en los mismos términos, que es lo que la exposición viene a narrar. Un ejercicio de ucronía, o de rememorización y recuento, un “suma y sigue” en el que se añaden nuevos temas como la transfobia, las políticas de género o el gender fluid como explicitación de una nueva realidad, entonces inexistente, el activismo o las dudas sobre la normativización social de lo gay.
Trullo ha organizado una especie de punto de encuentro, de enorme diversidad estética y generacional, a través de artistas afines a la sala que generalmente programa, la Factoría de Arte y Desarrollo (c/Valverde, 23 · Madrid). Así, la sensibilidad serena y estilizada, en cierto modo primitivista de los dibujos de Guillermo Martín Bermejo se mezcla con la incorrección revulsiva y en permanente análisis de un Andrés Senra, las reivindicaciones del ‘camp queer‘ de Paquito Nogales o los retratos fracturados y escultóricos de Germán Gómez, por citar ejemplos extremos.
Hay, por supuesto, espacio para la sensibilidad homoerótica, pero no es lo fundamental. Los estudios de desnudo de Diego de los Reyes y los lienzos veraniegos y distendidos –pese a insistir en el cruising– de Luis Jaume comparten una raíz clásica y cultista, digamos que devota por la representación incitante y sublimada al modo grecolatino, en oposición a los dibujos a bolígrafo de Javi Al Cuadrado, que tienen origen en las imágenes de las redes sociales y capturan esa intimidad publicitada, o los desnudos fotográficos de Gonza Gallego, Manel Ortega o del pintor Roberto González Fernández, más descarnados, experimentales o combativos. Por esta vía también encontramos las piezas textiles de Bartolomé Limón, orientadas a nuestras singulares y reivindicables maneras de disfrutar del sexo. Son muestras de distintos talentos, que tampoco resumen las carreras de sus autores, pero que apuntalan esa sensación de singularidad en discursos, estéticas e intereses de estos nuevos y diversos chicos de la banda.
Signo de que los tiempos han cambiado, y que el feminismo también ha obligado a los gais a reconsiderar sus a veces misóginas posturas exclusivas, la exposición incluye a sus chicas en la banda: el siempre refinado trabajo conceptual de Olalla Gómez se ve interpelado por los dibujos lineales, muy gráficos, de la habitualmente diseñadora industrial Gala Fernández. Y se incluyen pinturas de Juana González, una rara avis en el panorama español al dar forma a una figuración narrativa que bebe tanto de Neo Rauch y la Escuela de Leipzig como de las portadas de las novelas pulp de los setenta.
Obra de Juana González
La pluma y el amaneramiento, pero también la posibilidad de tránsito sexual, como un logro ganado con los años, son recogidos también algunos proyectos. Pachi Santiago lleva años retratándose emulando a Claudia Schiffer, en un trabajo que aúna la devoción mitómana con la explicitación de una feminidad masculina que a muchos gais de hoy aún les cuesta respetar, y no digamos asimilar.
El estilo naíf y popular de Javier Gerada se pone al servicio aquí de la interpretación trascendente e irónica del pop, con apuntes travestis y transgénero, mientras los collages de Alberto Olé ironizan sobre la imagen clásica y la actual, sobre el ser que aparenta y lo que oculta. Como los retratos de Rafael Giménez, desdibujados hasta borrarse como si fueran un producto del error de una imagen digital, cuando responden a una operación manual consciente que apunta tanto a la revisión o el reseteo del pasado (muchas imágenes son iconos históricos de la pintura) que sirve de metáfora para los procesos de distorsión y ocultación del ser. Algo que, vistas las últimas salidas del armario públicas, parece aún preocupar a muchos.
The Boys in the Band se puede visitar en la Factoría de Arte y Desarrollo (C/ Valverde, 23 · Madrid) a partir del 2 de julio