Para cualquier cubano, Cecilia Valdés es mucho más que un icono. Y la grandísima soprano Lisette Oropesa (estadounidense, de origen cubano y nacionalizada española) la debe llevar muy dentro. El programa Zarzuela de ida y vuelta, que minuciosamente preparó para su debut en el madrileño Teatro de La Zarzuela, se cerraba, como no podía ser de otra manera, con esta obra de Gonzalo Roig. Al menos el programa oficial, que luego están las propinas.
La soprano, una estrella internacional de la ópera, tiene a Madrid como una de sus ciudades de referencia. Y para ella este debut en el teatro de la calle Jovellanos era muy especial. No eligió un programa fácil, sino muy trabajado y con mucho sentido. El resultado fue un cóctel perfecto (de zarzuela) que combinó romanzas conocidísimas con obras que deban sentido al hilo conductor de ‘ida y vuelta’: de Madrid a Cuba y viceversa.
Arrancó, espectacularmente vestida –como no podía ser de otra manera–, con El barberillo de Lavapiés. Y, en verdad, podría presumir de haber nacido en la calle de la Paloma. Salió a escena, pletórica, con La canción de Paloma, de Barbieri. Sus fans –de todas las edades, pues había un gran número de jóvenes– ya tenían lo que querían. Los ingredientes para ese cóctel perfecto estaban servidos. A partir de ese momento, tocaba degustarlo.
El programa, minuciosamente pensado, seguía con Falla y las Siete canciones populares. Tocó todos los palos: del divertimento de la Jota, al dramatismo en Polo. Tras los Cantos populares españoles de Joaquín Nin llegó la habanera Flor de Yumurí, de los Bocetos de Cuba de Jorge Ankermann. Para acabar con la romanza En un país de fábula de La tabernera del puerto, de Sorozábal, con la que presumió de exquisita coloratura. La primera parte terminó a lo grande, como había empezado.
Y arrancamos la segunda –con segundo vestidazo espectacular; insistimos, como no podía ser de otra manera– con Mulata infeliz, la conocida romanza de María de la O, de Lecuona, de nuevo a lo grande. Luego la diva eligió volver a un registro más íntimo, coqueto y sensual, con Cuatro madrigales amatorios, de Joaquín Rodrigo. Maravillosa. Y siguió en esa línea con Bendita cruz, de Don Gil de Alcalá, del maestro Penella.
Con ella, al piano –disfrutando de una noche única: el debut mundial de Oropesa en un recital íntegro de zarzuela– Rubén Fernández Aguirre, que cautivó con Verano porteño, de Piazzolla [después de interpretarlo, explicó que era un ‘intruso’ en hilo argumental del programa, pero que él se lo había imaginado con Falla en Buenos Aires] y con una Suite para piano sobre temas de Marina, de Arrieta.
Y claro, como hemos dicho, llegó la traca final: Yo soy Cecilia Valdés. ¡Y tanto que ella ‘es’ la protagonista de esta zarzuela cubana! Lo disfrutó en el escenario del Teatro de La Zarzuela pero, sobre todo, nos lo hizo disfrutar a nosotros en el patio de butacas. Sensual, coqueta, divertida, canalla, tímida…, todo esto porque ella, efectivamente, ¡ella es Cecila Valdés! Luego, las generosas propinas, el apoteosis y el delirio de los fans.
A la salida, fueron muchos los cubanos, muchos de ellos extremadamente jóvenes, los que la esperaban en la puerta de artistas para agradecérselo. No es para menos. Una noche memorable. Una más en el Teatro de La Zarzuela. ¡Brava!