Durante cinco años compartí contigo muchas horas de trabajo, pero también muchas risas, porque la Carrà, que lo sepa todo el mundo, era divertidísima. Y desde entonces quedó la amistad, una amistad cuidada y respetuosa.
Tu sentido del humor siempre fue muy especial. Tu inteligencia para el mundo del espectáculo era abrumadora, y la profesionalidad con la que te enfrentabas a cada programa nos dejaba a todo el equipo boquiabierto. Jamás en mis años de trabajo en televisión he visto a nadie con tanta profesionalidad. Cuando venía un invitado al programa que no conocías, que eran la gran mayoría, querías saberlo todo de él. Incansable hasta dejarnos a todos exhaustos, pero al final, eso se notaba en tus entrevistas.
Hola Raffaella fue una etapa maravillosa, difícil de olvidar, más aún ahora que ya no estás. Qué dolor escribir estas palabras. Tu marcha fue dura porque jamás pensamos que te podrías ir. Para mí, como para muchos, eras eterna. No quisiste preocuparnos y no supimos que estabas mal, así que la noticia de tu muerte fue más dolorosa. Son cientos, miles, los recuerdos que tengo de ti. Algunos me hacen sonreír, otros fueron momentos de tensión, porque vaya genio sacabas cuando las cosas no salían como querías, o cuando intentábamos colarte algún invitado. Siempre nos pillabas. Pero eso sí , para ti, tu equipo era sagrado y nos defendías a muerte e incluso luchabas por nuestros honorarios. Esa era la Carrà. Fuiste aplaudida y respetada en todo el mundo. Igual ponías cachondos a los espectadores con tus movimientos de caderas y ese tan especial de cabeza, que entrevistabas a la Madre Teresa de Calcuta o al mismísimo Kissinger.
Hace tres años, la organización del Orgullo en Madrid me pidió que me pusiera en contacto contigo porque querían entregarte un premio. Extrañamente, aceptaste más rápido de lo normal. No eras mujer de premios, pero claramente me dijiste: “Debo mucho al colectivo LGTB”. Y además, se te entregaba en la ciudad que amabas con locura: Madrid.
Compartimos una noche que ya es histórica en la Embajada italiana, que el embajador Stefano Sannino puso a tu disposición. Nada más llegar al acto, me hiciste subir al dormitorio. Allí repasamos todo cuanto debía suceder. No eras mujer de sorpresas, y allí sentados en la cama del embajador, Alberto Maeso, tú y yo vivimos una situación tan absurda que nos entró la risa. Me acabo de dar cuenta de que contigo he hecho cosas que no he hecho con nadie: compartir cama en una embajada, ir a los toros a ver a Ponce –cómo te gustaba ese torero–, ir al Bernabéu a ver un partido del Real Madrid, ir de copas por Chueca… Bueno, eso lo he hecho mucho, pero esa noche contigo, con Maeso, con Loles, fue muy especial: los cuatro del brazo entrando en el Why Not… Podría haber sido la escena de una película de Almodóvar.
Fuiste libre para enfrentarte al mundo y llenaste de libertad y de alegría las canciones con las que nos hiciste bailar y sentir que la vida vale la pena vivirla. Discreta, de ojos brillantes, de mirada fija, morena de nacimiento y rubia de profesión. Lo que he vivido junto a ti fue una gran película llena de vida. Grazie.