Menudo shock fue la muerte de Raffaella Carrà. El impacto de la noticia resultó transgeneracional, y eso es de lo poco positivo en torno a ella. Icono de esos que ya quedan bien pocos, es, como ABBA, de esos artistas cuya música ha trascendido modas, estéticas y sensibilidades.
La Carrà –que va a tener una plaza a su nombre en Madrid– era muy grande, muy peleona y con una capacidad de conectar con el público al alcance solo de las elegidas. En mi caso, además, es responsable de haber despertado a la petarda con que nací dentro a una edad bien temprana.
Resulta curioso que un familiar mío al que, siendo yo aún un niño, veía ya como un homófobo, fuese quien me regalase mi primer álbum –en vinilo– de Raffaella. Pues me abrió los ojos a un mundo de fantasía, de ritmo y de mariconismo –inconscientemente– que ya nunca me abandonaría.
Ese disco me ha acompañado siempre allá donde he ido a vivir; lo siento como un amuleto, como un recordatorio constante de ese orgullo que germinó en mí prontísimo y cuya banda sonora contiene todas las canciones de ese álbum. Ni en sus mejores sueños habría imaginado esa emergente petarda que llegaría a compartir espacio y conversación con la Carrà en más de una ocasión. Pues así fue.
«La Carrà me abrió los ojos a un mundo de fantasía, de ritmo y de mariconismo que ya nunca me abandonaría»
Cuando una noche se presentó en el club Shangay Tea Dance, donde pinchaba, acompañada de Loles León, la excitación resultó impagable, aunque solo la viera de lejos. Cuando en 2011 fue portada del número especial del Orgullo de esta revista, ya me ataqué. Porque ahí sí tuve ya la ocasión de entrevistarla cara a cara.
¿Lo que más me sorprendió? Su genio; no en un sentido negativo: verla controlar todo lo que sucedía a su alrededor y quejarse de lo que no le gustaba, abiertamente, sin esconderse, me hizo ver que, efectivamente, todo lo que siempre se ha dicho de su temperamento era cierto. Durante la conversación, encantadora, brillante, no cabía esperar menos.
Volvería a entrevistarla en Madrid cuando presentó su –olvidable– álbum Replay en 2014. Otro momento para mi historia, porque en esa ocasión le llevé aquel álbum suyo que atesoro para que me lo dedicara. Ahora ocupa un lugar preferencial en mi salón. No es para menos. Que la última vez que pude saludarla fuese en una fiesta –en que pidió expresamente que nadie le solicitara fotos– en la Embajada italiana, durante el WorldPride de Madrid, tiene mucho de simbólico. Sentada, me otorgó unos momentos para saludarla, yo arrodillado para que no se viese. Arrodillado era como debía estar ante ella, claro.
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