Analicemos brevemente por qué ciertos discos pop no logran ser entendidos en el momento de su lanzamiento, como sucedió con Impossible Princess, y por qué viene bien darles tiempo para apreciar verdaderamente lo que suponen.
Porque no siempre somos capaces de apreciar en el momento sus virtudes –y defectos–, sobre todo si suponen un cambio radical o un giro inesperado en la trayectoria de quien lo firma.
Andamos tan acelerades que nos estamos olvidando de dejar margen para que las obras artísticas respiren y las podamos reelaborar con la perspectiva que da el tiempo. En Twitter leemos a diario cosas como “Llego tarde a esto, pero me ha encantado –o he aborrecido– tal disco”. Y a lo mejor está hablando de un lanzamiento que no ha cumplido ni dos meses.
Y esos hilos que celebran como clásicos discos que igual no tienen ni cinco años, a los que se les califica de obras maestras sin apenas análisis, ¿tienen valor más allá de los retuits de fans convencidos? Por eso me alegra tanto la reacción que está provocando la reedición de Impossible Princess de Kylie Minogue para celebrar su 25 aniversario.
Fue un disco incomprendido en su momento, que descolocó por completo a los fans de la primera Kylie, la que acumuló números uno sin parar gracias a las producciones de Stock, Aitken & Waterman –tan reivindicados a día de hoy–.
En este caso sí hay perspectiva para celebrar que es un trabajo magnífico porque podemos calibrar de verdad el cambio radical que supuso en su carrera; el riesgo mereció la pena a nivel artístico, aunque los números no cuadraran en su momento.
La inmediatez que conlleva el pop suele hacer que nos dejemos llevar por el instinto y no por la razón. Que no está mal –porque es lo suyo–, pero también hay que acordarse de dejar que la música repose lo suficiente como para encuadrarla en su momento histórico y dentro de la trayectoria de un artista.
Así, ahora hemos podido celebrar de una manera plena lo que supuso para Janet Jackson The Velvet Rope, o para Christina Aguilera Stripped, o para Mónica Naranjo Minage, o para Mariah Carey Butterfly. Ahora sí que tenemos margen para discutir cada aspecto de estos lanzamientos, lo que cada artista quería expresar con ellos y el alcance que tuvo su discurso, o cómo influyeron esos trabajos en la manera en que el público los percibía.
Porque hay veces en que el shock inicial ante un giro artístico inesperado se queda en agua de borrajas. Pienso en Joanne de Lady Gaga, por ejemplo. Cuando cumple veinte años, Jennifer Lopez celebra por todo lo alto This Is Me… Then. Y hace bien, porque esa vez en que decidió pasar de las modas logró un álbum ciertamente atemporal que ahora se disfruta como el primer día.
Ganas tengo de ver qué pensaremos dentro de dos décadas de Les adorables étoiles, el primer disco de Redcar, antes conocido como Christine and the Queens –que ha transicionado como hombre trans–, que ahora desconcierta pero igual entonces ya no.