‘Rigoletto’ regresa al Teatro Real: 'Pietà, signori, pietà!'

Miguel del Arco demuestra –con su espectacular y bestial apuesta escénica– que la perversa corte del duque de Mantua sigue, desgraciadamente, vigente a lo largo de los siglos. Hoy, Gilda muere de pie ante la impotencia de su padre, y ante los abucheos de gran parte del público en el estreno.

'Rigoletto', de Verdi, regresa al Teatro Real. Fotos: Javier del Real
'Rigoletto', de Verdi, regresa al Teatro Real. Fotos: Javier del Real
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

3 diciembre, 2023
Se lee en 8 minutos

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Piedad es lo que pide Rigoletto a los miembros de la corte del duque de Mantua –que están de juerga salvaje en una fiesta– cuando estos han secuestrado a Gilda, su hija, pensando que es su amante, para vejarla como puro divertimento. Este bufón es un hombre deforme y perverso, que se mueve en un mundo aún más perverso que él. «Miei signori, perdono, pietate; al vegliardo la filia ridate; ridonarla a voi nulla ora costa, tutto al mondo é tal figlia per me…» [Señores míos, perdón, piedad. Devolved su hija a un anciano; nada os cuesta devolverla. Esta hija lo es todo para mí…] «Pietà, signori, pietà!«, canta, desesperado, el jorobado casi al final del segundo acto.Y en este Rigoletto que acaba de estrenarse en el Teatro Real, tanto ese pasaje como todo lo demás está, además, muy bien cantado. El tenor mexicano Javier Camarena, una de las súper estrellas mundiales, es el duque de Mantua. Muy querido en Madrid, ya fue recibido con cariño tras el Questo o quella del primer acto. El barítono francés  Ludovic Tézier creó un Rigoletto que fue a más a lo largo de la noche, en perfecta comunión con la estupenda soprano rumana Adela Zaharia, cuya Gilda fue exquisita de principio a fin. Ambos se llevaron la gran ovación de la noche tras haber conquistado a todo el aforo, que abarrotaba la sala, con su Sí, vendetta, tremenda vendetta. Simon Lim, Sparafucile, y Marina Viotti, como una grandísima Magdalena completan los papeles principales. Todos ellos bajo la batuta del siempre excelente Nicola Luisotti y la magnífica Orquesta titular del Teatro Real.

Los montajes rotundos, impactantes y/o polémicos como este tienen el peligro de que la escena vaya en detrimento de la música y se la coma. Cuando hay buen hacer teatral, como es este caso, el regista sabe que eso no debe ocurrir. En sus manos está, por ejemplo, conseguir que el siempre impecable Coro del Teatro Real suene tan siniestramente exquisito que logre que el povero Rigoletto se sienta aún más miserable de lo que ya es.

Rigoletto de Verdi regresa al Teatro Real en una producción de MIguel del Arco

Ludovic Tézier, Rigoletto en el reparto de estreno de esta nueva producción del Teatro Real.

Ese mundo perverso al que aludíamos al principio es el que refleja Miguel del Arco en esta nueva incursión en el mundo de la ópera, con esta obra maestra –y de transición– de Giuseppe Verdi, tras su Fuenteovejuna de Oviedo y su magnífico (y también polémico) debut en la zarzuela con Cómo está Madriz, basado en  La Gran Vía. Hoy en Italia, y en el mundo, no hay cortes ducales al estilo de antaño, pero el poder de los antiguos duques está en otras manos.

Hace no muchos años vimos cómo saltaba a las páginas de los periódicos el escándalo de fiestas con grandes magnates del poder económico italiano en donde las velinas se hicieron tristemente famosas. Hoy tampoco hay bufones como tales en esas nuevas cortes, pero no es infrecuente ver cómo contratan a travestis para que les amenicen sus corruptas veladas de sexo y diversión, sin otro propósito que el de humillarlos, cual bufones de finales del siglo XX y principios del XXI.

Rigoletto de Verdi regresa al Teatro Real en una producción de MIguel del Arco

Javier Camarena (Duque de Mantua) y Adela Zaharia (Gilda) en un momento de Rigoletto, dirigido por Miguel del Arco.

Con esta propuesta que se acaba de estrenar en el Teatro Real, Miguel del Arco no está tanto pidiendo piedad para esos seres humillados, sino poniendo el foco en ese mundo corrupto, sin escrúpulos, en el que esos nuevos duques de Mantua siguen campando a sus anchas, sin moral alguna. No hay que pedir piedad; simplemente, no hay que humillar, no hay que vejar, no hay que violar… Ojalá llegue el día en el que sea anacrónica la maledizione de tener hacer un Rigoletto traído al presente. Ojalá llegue el día en el que no se pueda montar esta maravillosa ópera de Verdi con la estética de hoy. Pero ese día, desgraciadamente, aún no ha llegado. Es la vigencia atemporal del genio de Busetto. La grandeza de esta obra maestra.

El nuevo montaje del Real es rotundo, impactante desde el punto de vista teatral. Y, aunque pueda parecer lo contrario, absolutamente clásico y conservador, pues respeta la acción y los lugares en los que se de desarrolla, así como los tres actos, convenientemente separados con sus respectivos descansos. Podrá gustar o no –aquí entramos ya en los personales mundos estéticos de cada espectador–, pero en el libreto se refleja al cien por cien lo que vemos en escena.

Como decimos, todo este Rigoletto está bajo el filtro, la mirada y la lupa de Miguel del Arco, un director que, desde que fundara la compañía Teatro Kamikaze, ha ido indagando y evolucionando –en este caso de la mano de su estrecho colaborador Pablo Ramos Escola– en un estilo tan personal como marcado. Un lenguaje propio y muy reconocible, aquí coreografiado por Luz Arcas.

Algo muy de agradecer en este mundo tan voluble, mobile cual piuma al vento… No se le puede negar ni absoluto rigor al libreto, ni el huir del terrible feísmo actual que domina (en exceso) la escena mundial, pues visualmente tiene momentos bellísimos, como el (polémico) despertar sexual de Gilda cantando Gualtier Maldè –una especie de onanista Venus de Boticelli– o el inteligentísimo y preciosista juego de telones de los dos primeros actos, especialmente en el comienzo y el final del segundo. Todo este segundo acto es visualmente exquisito, en la línea y los tonos del mejor Saint Laurent. Un nuevo ejemplo de su sabiduría y estilo teatral. Todo ello, bajo los focos de ese maestro y pintor de luz que es Juan Gómez-Cornejo.

El tercer acto, en un puticlub de mala muerte, es el espacio lógico en el que se mueven, según el libreto, Scarafucile y Magdalena, y al que va frecuentemente el duque de Mantua en busca de prostitutas, por lo que tampoco resulta extraño que estén desnudas, o masturbándose, para captar clientes. Clientes que son hombres que buscan a mujeres volubles, ‘fáciles’, pues, para ellos, la dona è mobile. Para este tipo de hombres, la mujer es un ser que «cambia de idea y de pensamiento; su rostro es amable y bello, siempre es engañoso, tanto si ríe como si llora». ¿De qué se puede sorprender nadie? ¿A qué tipo de sitios van los hombres que piensan así y pueden cantar eso?

Podrá ser polémico verlo reflejado en toda su dureza sobre el escenario del Teatro Real en fechas prenavideñas. Pero el escándalo mayúsculo no es este, el escándalo real es saber que esos sitios existen en las carreteras de salida de todas las ciudades del mundo. El gran escándalo es que se sepa que, hoy, muchos duques de Mantua de 2023 sigan siendo clientes habituales de estas pobres prostitutas en plena Navidad antes de ir a cenar a sus casas con sus legítimas esposas. El escándalo es que continúen existiendo mujeres que tengan que sufrir como Gilda.

Aunque hay quien pueda pensar que Del Arco ha hecho un Rigoletto feminista motivado por los movimientos sociales (y políticos) de los últimos años, probablemente su intención no sea otra que hacer creíble, y actual, una historia que tanto puede ser representada con cartón piedra en una corte decimonónica, como hoy –cuando las cortes de poder han cambiado– recreando cualquiera de los escándalos de corrupción y poder de tantos titosbernis que hemos visto recientemente. Al menos, aquí, van mejor vestidos –estupendo vestuario de Ana Garay– que en la realidad, a tenor de las dantescas fotos de los titosbernis varios que hemos visto en los periódicos en los últimos meses. En esta función, Gilda muere de pie ante la impotencia de su padre, arrodillado ante el público, rodeado de cuerpos desnudos; un hombre al que, según él mismo confiesa (de nuevo fidelidad al libreto), «se le ha negado el consuelo de todo ser humano: el llanto».

Rigoletto es, ante todo, una obra redonda. Si el montaje acompaña, ya es el éxtasis absoluto. Lo gozoso de esta función es escuchar cómo la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica del Madrid) saca todo el jugo –que es muchísimo y excelso–, bajo la batuta de ese grandísimo director que es Nicola Luisotti, a esa partitura de Verdi que abre el paso a un nuevo lenguaje, tras la ‘dictadura’ de los divos del bel canto. Cómo el Coro del Teatro Real (Coro Intermezzo, ahora bajo la dirección de José Luis Basso) adelanta la tormenta emocional y climatológica que veremos en escena. Los cuerpos estables del teatro, una vez más, han demostrado la suerte que tenemos en Madrid de poder tenerlos fijos ‘en casa’. Todo ello en perfecta comunión con un elenco compacto que hace aún más creíble lo que vemos en la escena. Una gran noche, sin duda alguna.

 

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