Nada sobra y nada falta en este triunfal regreso de La rosa del azafrán al Teatro de La Zarzuela. Este título mítico del maestro Jacinto Guerrero –y de nuestro género lírico, que desde 2003 no se veía en este escenario– es una obra imprescindible desde su estreno, en el Teatro Calderón de Madrid, en 1930.
Para empezar, Ignacio García ha sabido peinar la obra de una manera ejemplar, quitando aquello que sobra, y añadiendo pequeños detalles, que son muy grandes, llenos de sabiduría teatral, y que mejor no desvelar para quien esto lea no vaya avisado y los disfrute. Ojalá aprendan aquellos que, en los últimos años, se cargan libretos enteros de obras que, si bien es cierto que han quedado viejunos, una vez comparados con los que se crean para su actualización, son verdaderas joyas. Pero ese es otro cantar.

Yolanda Auyanet y Juan Jesús Rodríguez. [Foto: Elena del Real]
Nada de ello sería posible sin un reparto de verdadero lujo. Tener a Mario Gas en el rol de Don Generoso y a Vicky Peña en el de la casamentera Custodia ya da una idea de lo que podemos ver en escena. Dos monstruos, leyendas del teatro, en papeles secundarios… ¿Estamos en Londres? Lo parece.
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Juan Pedro es el grandísimo Juan Jesús Rodríguez, un magnífico barítono verdiano que frecuenta los mejores escenarios operísticos del mundo. Sembró la semilla de la excelencia con una soberbia Canción del segador, que hizo que la sombra del bis sobrevolara la sala. Vaticino que se producirá en las próximas funciones, y será de justicia. Yolanda Auyanet compone una Sagrario que no le queda a la zaga. En su dúo del primer acto queda bien claro. Y en su famosa romanza No me duele que se vaya, del segundo acto, demuestra todo lo que hay demostrar en un papel tan complicado como este a nivel vocal.
Carolina Moncada es Catalina, un personaje bombón que lleva las riendas del momento más lucido de la obra, el Coro de las espigadoras. La soprano está, simplemente, maravillosa toda la función. En esta revista conocemos, y muy bien, las tablas de Ángel Ruiz, un gran tenor y estupendo actor que, en esta ocasión, construye un Moniquito de antología. Nada nos puede sorprender ya de este brillante artista, que se ha convertido en uno de los grandes –e imprescindibles– intérpretes de nuestro género, en la línea de míticas leyendas como Luis Barbero.

Ángel Ruiz (dcha.) en un momento de esta nueva producción de La rosa del azafrán en Teatro de La Zarzuela. [Foto: Javier del Real]
Es un gran acierto representar la obra de corrido, sin descanso, con esa escenografía de Nicolás Boni con la que Ignacio García consigue sacar toda la belleza del campo manchego. La excelente iluminación de Albert Faurá ayuda mucho, al igual que los preciosos (y preciosistas) figurines de Rosa García Andújar. Con la estética de hoy, Sara Cano coreografía los bailes típicos manchegos de esta zarzuela regionalista que es La rosa del azafrán.
Zarzuela regionalista… ¡qué amplio es nuestro patrimonio! Y qué rico tanto a nivel musical como argumental. No tiene ningún sentido descontextualizar estas obras y, afortunadamente, en el mundo de la zarzuela no se ha caído (al menos, no demasiado) en esta moda tan absurda, como ocurre en la ópera, de sacar de sus espacios naturales a una zarzuela vasca, catalana, extremeña o, como es el caso, manchega.
Ignacio García da en el clavo. Nada sobra ni nada falta en esta apuesta. La rosa del azafrán funciona a la perfección a nivel escénico. A nivel musical tiene a una Orquesta de la Comunidad de Madrid (titular del Teatro de La Zarzuela) y al Coro de la casa en estado de gracia. No se puede pedir más.