El 27 de enero, de la mano de Vox Luminis, el Teatro Real se convirtió en un templo barroco con el estreno en Madrid de Rappresentatione di Anima et di Corpo, de Cavalieri. Independientemente de su naturaleza religiosa, la liturgia católica es un ceremonial perfecto desde el punto de vista teatral. Y ha dado algunas de las páginas más bellas de la historia de la música, como esta obra casi desconocida. Hasta que llegó el Concilio Vaticano II e introdujo la puñetera guitarrita que tanto daño ha hecho en los templos. A partir de ese momento, se acabó el más que fructífero matrimonio entre la música y la Iglesia. Y esto ya es irremediable, un camino sin retorno. ¡Y sin posible solución!
Emilio de Cavalieri (1550-1602) fue un compositor, organista y diplomático de los papas Inocencio IX y Clemente VIII. También coreógrafo, bailarín y supervisor de vestuario, teatro y música de Fernando I de Médici, a quien organizaba los espectáculos y veladas lúdicas y artísticas. En 1600 estrenó en Roma Rappresentatione di Anima et di Corpo, una obra que está considerada como el primer oratorio de la historia, una pieza que está a caballo entre este género religioso y la ópera.
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En plena Contrarreforma de la Iglesia católica tras el auge del protestantismo, el argumento –con libreto del padre Agostino Manni, discípulo de san Felipe Neri– es un diálogo entre el Alma y el Cuerpo (dos de los protagonistas), que luchan entre elegir los placeres terrenales o la vida espiritual. La Prudencia, la Conciencia, el Tiempo, el Intelecto, el Mundo, la Vida Mundana y el Ángel de la Guarda son los otros personajes. En esta función, exquisitamente interpretada por el maravilloso conjunto barroco Vox Luminis, los solistas que dan vida a estos personajes se incorporan a lo largo de la misma al coro, que tiene también un gran protagonismo.
Rappresentatione di Anima et di Corpo llegó al Teatro Real en una representación semiescenificada en la que, quizás, solo sobran las imágenes de vídeo que se proyectan en una pantalla trasera. Más que aportar a la delicada interpretación de los solistas y el coro, distraen al espectador quitándole esa sensación de liturgia que convirtió la regia sala en un templo musical con el concepto escénico planteado por Benoit De Leersnijder y las luces de Luc Schaltin.
El grupo vocal e instrumental Vox Luminis, bajo la dirección de Lionel Meunier, nos regaló una sublime y mágica noche en su regreso al Real tras su no menos maravillosa interpretación de King Arthur, de Purcell, hace dos temporadas. Una noche del mejor Barroco justo un día después del estreno de Lear en ese mismo escenario. Dos veladas muy diferentes, separadas por casi cuatro siglos, que vienen a saldar deudas pendientes en el escenario del principal teatro de ópera de España. Y con un denominador común: la excelencia musical en lo que a orquesta, solistas y coro se refiere.
Este argumento, como decimos, propio de los años de la Contrarreforma, no tiene nada que ver con lo que cuatrocientos años después supuso el Concilio Vaticano II en cuanto a la apertura de la Iglesia al siglo XX. Pero lo que está claro, y más después de escuchar esta casi desconocida maravilla musical, es que todo está perdido desde que la Iglesia permitió que la guitarra entrara en los templos para acabar con siglos y siglos de excelencia musical.