No podía quejarse esta vez de la sequedad del aire madrileño el tenor peruano. Diluviaba fuera, en las calles, y dentro, en la sala, Juan Diego Flórez desató la tormenta perfecta en un Teatro Real abarrotado, sin una butaca libre desde hace semanas, incluso meses. Segundo gran éxito el del coliseo operístico, antes de la apertura oficial de temporada –el próximo lunes 23 de septiembre– con Adriana Lecouveur. Lluvia de estrellas en este comienzo de curso. Primero fue Anna Netrebko, ahora Juan Diego Flórez y, en la ópera de Cilea llegarán Ermonela Jaho, Elīna Garanča y Maria Agresta. Empezamos fuerte.
Juan Diego Flórez vino con la formación Orquesta Juvenil Sinfonía por el Perú, creada por él hace trece años, y enamoró al público madrileño bajo la estupenda batuta de Ana María Patiño-Osorio. Es un proyecto precioso, que tiene más de treinta sedes en diez regiones de Perú, y que en estos años ha cambiado la vida de más de treinta mil niños, jóvenes y adolescentes. Que una estrella del calibre de Flórez se vuelque en un proyecto social de tal envergadura, y de tan alto nivel artístico pese a la juventud de todos sus integrantes, dice mucho de él.
Impecable con un precioso esmoquin cruzado y camiseta negra, el tenor enamoró a su público desde que salió al escenario tras la obertura de Norma. Ya se palpaba el éxito, que se consumó continuando de la mano de Bellini con I Capuletti e i Montecchi. Elegante, exquisito, perfecto, como siempre, Juan Diego Flórez comenzó así un largo recital en el que no escatimó el canto escondiéndose –como ocurre otras veces en estos recitales– en una sucesión de oberturas e interludios.No. El tenor no paró de cantar durante más de dos horas en el Teatro Real, para el delirio de sus fans. Tras Bellini llegó Donizetti, con un intachable y limpio Roberto Devereux. Luego, Il duca d’Alba, de Matteo Salvi, para terminar la primera parte, de forma verdaderamente emocionante, con el Jérusalem de Verdi tras la obertura de La forza del destino. La tormenta perfecta (de bravos) ya se había desatado de lleno.
Con la segunda parte del programa vino la fiesta: tras Roméo et Juliette de Gounod, pasamos a la opereta con La belle Hélène de Offenbach como anticipo a la zarzuela: Preludio de La revoltosa (Chapí), La alegría del batallón (Serrano), La pícara molinera (Pablo Luna), El último romántico (Soutullo y Vert), La boda de Luis Alonso (Gerónimo Giménez) y, para cerrar el programa oficial, Granada (Agustín Lara). La tormenta perfecta llegó a su cénit con este programa tan ecléctico como completo.
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Pero, como tiene que ser siempre en estas ocasiones, hubo más; mucho más. Luego, en las propinas, las ‘peticiones del oyente’ con participación cantada del público incluida. Nueva tormenta (también perfecta) en la que no podía faltar la guitarra del tenor. Tras una canción mexicana «dedicada a las Palomas» que había en la sala (y que sustituyó al Cucurrucucú Paloma de otras ocasiones), vino una curiosa, preciosa y delicada orquestación de La flor de la canela. Continuaron esos guiños al folclore de su tierra y de Latinoamérica; son sello de la casa y cerraron una noche de impoluto y perfecto canto de un tenor, Juan Diego Flórez, que volvió de demostrar su impecable estilo y fidelidad a unos principios que nunca ha perdido, pese a los destellos de los focos de los mejores teatros del mundo que a otra persona le hubieran hecho perder el norte (y tirar por la borda su carrera).
Esa maravillosa Orquesta Juvenil Sinfonía por el Perú es la mejor prueba de ello. Ver a esos pequeños (por su corta edad) grandes músicos, con sus instrumentos, por la plaza de Oriente, con sus uniformes con ese toque andino en la solapa, sinceramente, emocionaba. ¡Bravo!