Cindirella es un clásico que Richards Rodgers y Oscar Hammerstein II crearon en 1957 para televisión. Y para Julie Andrews, que en un año antes se había consagrado como las reina de los escenarios de Broadway tras el estreno de My Fair Lady, otra especie de Cenicienta, pero esta de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, basado en el Pigmalión de Bernard Shaw.
Rodgers y Hammerstein de basaron en el cuento de Charles Perrault para este musical que rompió moldes. Si Julie Andrews era la nueva reina de Broadway, Richard Rodgers, compositor, y Oscar Hammerstein, libretista, eran los reyes indiscutibles del musical en el mundo tras Oklahoma! (1943), Carousel (1945), South Pacific (1949) o The King and I (El rey y yo, 1951). Todos títulos que habían triunfado tanto en los escenarios neoyorkinos como en los londinenses del West End e, incluso, en Hollywood con adaptaciones cinematográficas. Julie Andrews daría el salto a Londres con My Fair Lady en 1945 tras la emisión televisiva de Cindirella. Estamos, pues, hablando de unos años muy dorados, pero mucho, del musical americano.

Paule Mallagarai, Cenicienta, llega al baile en el montaje de Cenicienta, el musical que se representa en el Teatro Coliseum de Madrid
Fue en ese contexto en el que Rodgers & Hammerstein se decidieron a escribir su primer musical para televisión, un medio que esos años no tenía el prestigio de los escenarios. Y lo hicieron, según ellos mismos confesaron, porque sería Julie Andrews la protagonista. Se emitió en directo y fue un exitazo total con una audiencia de millones de personas. Un año después dio el salto a los escenarios londinenses. Desde entonces, hasta esta estupendísima versión que acaba de llegar al Teatro Coliseum de Madrid, esta Cenicienta ha tenido una larguísima historia.
Cenicienta con dos (fuertes) tacones de cristal
¿Qué es lo que hace que esta Cenicienta, el musical de Madrid sea excepcional? Pues la respuesta está en la frase que la productora utiliza para la promoción: «el clásico de siempre, contado como nunca». Aunque la verdadera respuesta sería si se añadiese este anexo: manteniendo un máximo respeto por la obra original, sin caer en estúpidos tópicos propios de estos años de dictadura del (falso) empoderamiento lingüistico y escénico.
Alejandro de los Santos –adaptador del libreto, las letras y director asociado del espectáculo– lo consigue. Es decir, el personaje de Cenicienta se calza los tacones sin tener que ser una mujer sumisa que pierde el zapato, y sin romper con ello la magia, el espíritu de cuento, con una adaptación rompedora [sic] como las muchas que vemos en óperas, zarzuelas u obras de texto clásicas, géneros mucho más propensos a caer en las trampas de la ‘actualización’ desaforada que vivimos en los últimos años. Hay que añadir, sin hacer spolier por ello, que que estamos ante un musical infantil, por lo que tiene mucho más mérito conseguir lo que se ve sobre las tablas del Coliseum.
Luego ya vamos a show en sí mismo: un estupendo reparto encabezado por Paule Mallagarai y Briel González, que dan vida a una Cenicienta y un príncipe que han visto trasladar su clásica historia de amor a los años sesenta del pasado siglo XX. Mayca Teba, Mariola Peña, Eloi Gómez, María Gago, Caro Gestoso, José Navar, Jaume Giró y Anna Alborch completan un elenco que, desde que se canta que Su alteza dará un baile (el legendario The prince is giving a ball), no para de dar magia y alegrías en un escenario en el que está ese En mi humilde rincón (In My Own Little Corner en el original, un clásico del género) desde el que Cenicienta ve como un hada madrina cambia su vida para siempre, ante el asombro de su madrastra y hermanastras, en una obra que no pierde el ritmo en momento alguno.
Porque esa es otra de los elementos clave de este show: el montaje del Coliseum es magia pura que combina los decorados corpóreos con las proyecciones sin abusar de estas. Y la magia que se ve en escena consigue que Cenicienta se calce los dos tacones de cristal, y se los calce bien calzados, sin que eso signifique prostituir el cuento, mientras vemos un pedazo de espectáculo del más puro Broadway, con una estupenda orquesta dirigida por Xavier Torras desde el foso de un teatro que ve hoy como el sueño del maestro Guerrero –que construyó ese sala para sus obras musicales– sigue más vivo que nunca.
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