La importancia de la escenografía en los barrios LGTBIQ+: de Chueca a Los Ángeles

Luisgé Martín hace un repaso por los barrios gais que más le han marcado, analiza cómo han ido cambiando y cuáles son para él más sugerentes y canallas.

La importancia de la escenografía en los barrios LGTBIQ+: de Chueca a Los Ángeles
Luisgé Martín

Luisgé Martín

Luisgé Martín es articulista y escritor. Su última obra publicada es '¿Soy yo normal?' de Anagrama.

20 diciembre, 2022
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Viajero infatigable, Luisgé Martín dejó Madrid hace unos meses para instalarse, por motivos laborales, en Los Ángeles.

Desde allí escribe este artículo, que invita a reflexionar sobre los paraísos gais, y la manera de concebirlos, en base a sus experiencias personales desde los 90 hasta hoy.


 

 

La importancia de la escenografía en los barrios LGTBIQ+: de Chueca a Los Ángeles

Ilustración: Iván Soldo

Alrededor de 1995, viajé por primera vez a California, buscando, entre otras cosas, el paraíso gay de San Francisco. Lo que encontré fue una de las experiencias más decepcionantes de mi vida: un barrio bastante provinciano, poco bullicioso incluso de noche, y en el que lo más disidente que se encontraba era algún anciano desnudo y con arnés sentado en un taburete en la barra de un bar.

En aquella época, Chueca era mucho más interesante y divertida que el Castro de San Francisco. Siempre ocurre con las leyendas: se quedan ancladas en una época y cuando llegas tarde a ellas te desilusionan. Ahora, andados los años, me he venido a vivir a California, a Los Ángeles, y me he instalado en pleno barrio gay, en el cruce de calles de West Hollywood en el que están muchos de los garitos gais de la ciudad.

He aprovechado estos escasos meses de vida aquí para hurgar en los pasadizos subterráneos de la ciudad, al menos documentalmente. Y la primera conclusión, también decepcionante, es que las épocas transgresoras se han acabado. Es todo demasiado blanco, demasiado limpio, demasiado convencional. Me habían dicho que en Los Ángeles reinaban el demonio y la perversión, pero era mentira. Comparado con Berlín, por ejemplo, Los Ángeles es un beaterio.

Me llaman mucho la atención, en cualquier caso, las distintas tradiciones de vida nocturna gay que tienen las ciudades. Hace unos años, en Montreal, pude visitar los locales típicos de estriptis masculino en los que los chicos se iban desnudando por fases y al final se ofrecían a los clientes interesados para un vis a vis en los discretos reservados del backstage. Eran locales gais, pero había una nutrida clientela de despedidas de soltera y de turistas como yo que iban en busca de un espectáculo diverso.

En Los Ángeles, la mayoría de los locales de WeHo tienen gogo dancers como reclamo. Están subidos en pódiums, llevan slips inflados o tangas –una de las aberraciones californianas más extendidas—, bailan mal y sin ritmo, y buscan, como en las películas, que les metan billetes para engordar lo más posible su ropa interior. Hay algunos, comprensivos, que dejan que el billete se deposite lo más profundamente posible para el disfrute del cliente.

Otros, en cambio, exigen casi guantes higiénicos para la aportación y se resisten a cualquier contacto de piel con piel. Sobre todo los heterosexuales, o los monógamos, que tienen ese trabajo como una losa de la que no saben disfrutar. En el fondo, y eso lo sabemos todos desde hace mucho, la prostitución es un asunto con muchos grados, que no necesariamente implica una cama y una habitación cerrada.

Los canadienses –o los quebequeses, más bien– son desenvueltos, libertinos y gozosos. Los estadounidenses son más timoratos y mansos, aunque los cuerpos semidesnudos se vean desde la calle y sirvan de reclamo comercial.

En todo este panorama, echo mucho de menos la Chueca que conocí en mi juventud (probablemente porque echo de menos mi juventud). Tenía la naturalidad espontánea y todavía un poco acomplejada del descubrimiento tardío, pero no había límites y todo era muy fácil. Es verdad que el ambiente gay está condenado a morir por el éxito de los movimientos LGTBIQ+ y de las aplicaciones tecnológicas, que han conseguido que ya no sea necesario acudir a un espacio reservado para conocer a alguien o incluso que ni siquiera haga falta salir de casa.

Por eso, tal vez, los locales convencionales languidecen y, sin embargo, prosperan los clubs de sexo, los espacios fetichistas y todos aquellos lugares en los que hay un valor añadido. Ya no vale la simple reunión ni el placer compartido de emborracharse. Hace falta Escenografía.

LUISGÉ MARTÍN ES ARTICULISTA Y ESCRITOR. SU ÚLTIMA OBRA PUBLICADA ES ¿SOY YO NORMAL? (Anagrama). HACE UNOS MESES FUE NOMBRADO DIRECTOR DEL INSTITUTO CERVANTES DE LOS ÁNGELES

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