Ni un pero se le puede poner a esta Adriana Lecouvreur con la que el Real comienza su temporada. Un espléndido reparto, una soberbia Orquesta Titular del Teatro Real a las órdenes de Nicola Luisotti (bravo maestro!), el magnífico coro de la casa, bajo la impecable dirección de José Luis Basso que no para de regalarnos alegrías, y una puesta en escena brillante concebida por David McVicar. Noche redonda.
Ermonela Jaho y Elīna Garanča son Adriana Lecouvreur, primera figura de la Comédie Fraçaise en 1730, y la princesa de Bouillon, las dos mujeres que luchan por el amor de Maurizio di Sassonia. Duelo de divas de alto, altísimo, voltaje que llega a su cénit al final en el segundo acto, cuando ambas mujeres se encuentran en esa cita clandestina propiciada por esos amores prohibidos e infidelidades entre la aristocracia, el ejército y el mundo del teatro dieciochesco parisino.
La soprano albanesa y la mezzo letona son dos pesos pesados de la lírica mundial. Tenerlas juntas en el escenario del Real es uno de esos lujos que nos regaló la noche del estreno en una velada de ópera que nos recordó a lejanos tiempos gloriosos. Una noche épica, de grandísima altura musical y teatral, un detalle importante en una obra que es un juego de espejos de teatro dentro del teatro. Y un año más, los reyes Felipe y Letizia presidieron la apertura de la temporada, un hecho que viene a reforzar la importancia que tiene el principal coliseo lírico de nuestro país.
Ver galería
Si Ermonela nos hizo llorar en 2017 con su inolvidable Cio-Cio San de Madama Butterfly, ahora lo vuelve a conseguir en el final de este drama, extraño, que se mueve entre el verismo de la Italia de finales del XIX y la estética de los grandes salones franceses del XVIII. Su aria final, Poveri fiori, fue de poner los pelos de punta. Soberbia esta soprano que sabe dosificar su voz desde los sublimes pianissimi a ese torrente que sabe cuándo y cómo emitir para llegar directo al corazón del espectador. Lo dejó muy claro desde el principio, con el complicado Io son l’umile ancela, que tiene que afrontar nada más comenzar la ópera, sin tiempo a calentar en escena. Primera gran ovación de la noche.
Y, frente a ella, tenemos a la Garanča, con entrada triunfal en el segundo acto con el aria Acerba voluttà, dolce tortura, demostrando que ella es no solo la princesa de Bouillon sino una princesa del canto. Cuando hizo la Luisa Fernanda el pasado año en ese mismo escenario nos quedamos con ganas de disfrutarla en su plenitud, y ahora nos quitó, con creces, esa asignatura pendiente.
Con ellas, en los roles principales están el espléndido barítono italiano Nicola Alaimo, muy conocido en esta plaza, que da vida a Michonnet, el director de escena de la Comédie Française: el delicado y enternecedor Ecco il monologo con el que nos cuenta su amor secreto por la diva del teatro fue, simplemente, magistral, acompañado, en el foso, por una orquesta atenta, suave, tierna ante esas palabras, y ese canto, desesperado.
El tenor estadounidense Brian Jagde es Maurizio, el hombre por el que ambas mujeres suspiran, por el que se convierten en rivales y el que desencadena el drama. Fue otro de los grandes y justos triunfadores de una noche en la que también triunfó el teatro.
La propuesta de McVicar es brillante: barroca, recargada, pero desnuda a la vez. Ese juego de teatro dentro del teatro, que tantas veces se ha explotado en escena, aquí resulta sublime. Desde el foyer, camerinos e imponente escenario del teatro parisino del primer acto hasta ese ‘palco escénico’ desnudo y vacío del momento del drama final, pasando por la villa de la cita clandestina o el palacio de la princesa de Bouillon.
El soberbio vestuario, la delicada iluminación (maravilloso ese encuentro en penumbra de las dos damas rivales) así como la escenografía, clásica en la línea de los típicos montajes de cartón piedra del pasado, pero con ese toque McVicar –que en Madrid ya conocíamos gracias a, por ejemplo, las excelentes Otra vuelta de tuerca (2015) o Glorianna (2018)– que hace que, como en El Gatopardo, a veces sea necesario que todo cambie para que todo siga igual.
La escena del ballet El juicio de París del tercer acto merece mención especial: con ese espléndido coro cantando mientras el cuerpo de baile, sobre el escenario dentro del escenario, está bailando con esos telones pintados translúcidos. Es bellísima.
Todo funciona y rema a favor en esta propuesta que ahora llega al Real, donde nunca se había estrenado esta ópera, tras haber deslumbrado en prestigiosos escenarios de todo el mundo. Y lo hace en unas funciones dedicadas a José Carreras, al cumplirse cincuenta años de las dos únicas (y míticas) funciones que el tenor español cantó en el Teatro de la Zarzuela con Montserrat Caballé en 1974. Un más que prometedor comienzo de temporada y una gran noche de ópera, amores, venganzas y flores envenenadas. Y con un duelo de divas en escena de altísimo voltaje. Bravi tutti!