La polémica está servida. El nuevo alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, anunció hace unos días que la bandera LGTBI estaría en la fachada del Ayuntamiento: «Nosotros vamos a colgar la bandera, como se hacía en años anteriores, y vamos a poner fin ya a esos debates que hay por parte de algunos partidos políticos, con marcado carácter interesado, que lo único que les interesa es politizar el Orgullo». Hoy, 28 de junio, Día Internacional del Orgullo LGTBI, y día en el que se conmemoran los 50 años de Stonewall, la ha colocado. Pero lo ha hecho en un lateral de la fachada y no en la puerta principal, en la que ha colgado una gran bandera de España, justo debajo de la insignia nacional que preside el consistorio los 365 días del año.
Y todo esto después que que Vox, su socio de gobierno junto a Ciudadanos, dijera públicamente que no quería que la bandera LGTBI estuviera en la fachada, pues representa a un colectivo, según ellos, excluyente: «En Vox no nos metemos en la cama de nadie. Si Almeida quiere demostrar que Madrid respeta los derechos de todos, al margen de su orientación sexual, que cuelgue la bandera española, que es la de todos», manifestaron desde la formación de extrema derecha.
Lo cierto es que Almeida ha cumplido con su promesa, pero lo ha hecho de la forma más torpe posible: dando la razón con su gesto a aquellos que no quieren que nuestros derechos sean reconocidos. Su argumento es que había tomado esta decisión y había encargado esta gran bandera nacional «nada más llegar a la alcaldía». Pero lo cierto es que, si la política se vale de gestos para conseguir sus acuerdos, estos mismos gestos son igualmente necesarios para tender puentes entre sectores separados por sus diferencias.
Begoña Villacís, vicealcaldesa de Madrid y una mujer estrechamente vinculada al Orgullo, también ha echado balones fuera, recurriendo a lugares comunes que en nada dan respuesta ni justifican la polémica creada: «Ninguna institución o ningún ciudadano debería justificar en este país por qué pone una bandera de España, porque en países como EE UU o Francia, afortunadamente, la bandera está muy normalizada; no debería ser noticia desplegar una bandera de España. La bandera no ha sido relegada porque estamos hoy celebrando su despliegue y lo menos importante es dónde esté, sino que esté».
Lo cierto es que nadie cuestiona que se pueda colgar la bandera española en la fachada del Ayuntamiento, sino el hecho de que esto se haga un 27 de junio, justo un día antes de colgar la LGTB en un lateral. Sobre todo, si el equipo de Gobierno tiene la presión de un grupo político que afirma que somos «un lobby que odia a todo el que no piensa como ellos».
Todo ello, con el añadido de que la fachada del Ayuntamiento de Cibeles es lo suficientemente grande para dar cabida en la parte central ambas insignias sin tener que desplazar la LGTBI en el 50 aniversario del Stonewall.
La bandera del arcoíris en el fachada del Ayuntamiento durante el Orgullo es algo relativamente nuevo. Fue Manuela Carmena quien, cuando llegó a consistorio hace cuatro años, instauró este acto, que ya se ha convertido en tradición cada 28 de junio. Es una pena que cualquier representante público, sea del signo que sea, lo use como arma política.