Crítica: 'West Side Story', cuando lo 'vintage' es historia del género musical (y de la danza y la música)

Efectivamente, lo que se ve sobre el escenario del Calderón es un montaje clásico. Y si es así es, precisamente, porque recupera las coreografías originales que Jerome Robbins hizo para esta joya musical que compuso Leonard Bernstein en 1957.

Crítica: 'West Side Story', cuando lo 'vintage' es historia del género musical (y de la danza y la música)
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

21 octubre, 2018
Se lee en 3 minutos

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Muchos millennials llegarán a ver West Side Story y pensarán que están viendo un espectáculo vintage. Seguramente, a esos millennials habría que explicarles que estamos ante uno de esos shows que revolucionaron la historia de la danza y, también, del musical. Incluso de la música. Vamos, del espectáculo y la cultura, que a veces, no siempre, van de la mano.

Efectivamente: lo que se ve sobre el escenario del Calderón es un montaje clásico. Y si es así es, precisamente, porque recupera las coreografías originales que Jerome Robbins hizo para esta joya que compuso Leonard Bernstein en 1957.

Para que los millennials no tengan que googlear y gastar datos, decir que Robbins es un coreógrafo neoyorquino que dejó su sello inconfundible tanto en Broadway como en el New York City Ballet (el Ballet de la Ópera de París traerá una de sus coreografías, Afternoon of a Faun, sobre el poema sinfónico de Debussy, el próximo enero al Teatro Real). Y que Leonard –Lenny– Bernstein es un genio que lo mismo compuso esta maravilla que Un día en Nueva York (On the Town) o Candide. Pero que también dirigió la Filarmónica de Nueva York, debutó en el Metropolitan Opera House (el teatro más importante de ópera de Estados Unidos) en 1964, dirigió a la Callas en la Scala de Milán, a Fischer-Dieskau en un Falstaff de Verdi en Viena o grabó a Wagner con la Deutsche Grammophon. Tonterías todas ellas.

Pues esos dos señores son los ‘padres’ de este West Side Story que aterriza ahora en Madrid. Por ello, este ‘toque vintage’ es historia del musical. Y de la danza. Y, en cierta manera, de la ópera.

Crítica: 'West Side Story', cuando lo 'vintage' es historia del género musical (y de la danza y la música)

El montaje del Calderón presume de presentar por vez primera en Madrid esta obra. No es del todo cierto. Varias veces se ha programado y subido a nuestros escenarios. Sí es cierto, sin embargo, que es la primera vez que se hace con las coreografías originales. Que son una auténtica obra de arte.

No es tarea fácil poner en escena West Side Story. Y si se puede hacer hoy con éxito en Madrid es gracias al altísimo nivel que tenemos en nuestro país para presentar repartos como este. Javier Ariano y Talía del Val son los titulares de los roles protagonistas, los míticos Tony y María. Silvia Álvarez y Víctor González, de Anita y Bernardo, otra pareja no menos mítica. Imposible nombrar al resto del amplísimo elenco, estupendo, porque nos quedamos sin espacio. Montar una compañía como esta, de esta altura, demuestra lo que ya hemos dicho aquí varias veces: Madrid es una de las capitales mundiales del género musical.

La puesta en escena opta por esa estética de sobra conocida de ese Nueva York de los años cincuenta, con calles sin salida que esconden la delincuencia bajo escaleras de incendios. El mismo escenario de Kurt Weill para su ópera Street Scenes, que hace un año pudimos ver en el Real. Los límites entre la ópera y el musical están muy difusos en este campo. Aquí están resueltos con las características carras que giran sobre sí mismas para recrear los distintos decorados.

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Un montaje ágil, vertiginoso en determinados momentos. Cierto que no aporta nada a lo ya visto, pero no menos cierto es que esta adaptación de Romeo y Julieta al Manhattan más conflictivo no admite otra estética.

Romeo y Julieta, Capuletos y Montescos… De Shakespeare a Bellini pasando por Bernstein. La historia de amor imposible entre dos jóvenes de clases sociales diferentes, o de etnias o tribus urbanas incompatibles, puede parecer vintage o antigua. Pero no lo debe ser tanto cuando a pocas calles del Calderón, en Lavapiés, estos conflictos están, desgraciadamente, a la orden del día. Lo malo es que Bernstein y Robbins no estén ya entre nosotros para poder hacerlo un poco menos horrible.

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