Estaba cantado. Y nunca mejor dicho. La Bartoli venía a hacer una Cenerentola y todo indicaba que iba a ocurrir lo que finalmente ocurrió: vino, cantó y triunfó. El público que abarrotaba el Auditorio Nacional era terreno abonado.
Ya nos lo aseguraba Philippe Jaroussky: “Yo no tengo un público muy gay. Hay muchas más mujeres, como la Bartoli, que sí lo tienen. El mundo lírico gay es bastante duro con nosotros, los contratenores, que no somos grandes voces. También pienso que la imagen de una mujer fuerte hace mucho. La diva es una idealización de esa mujer. Y quizá nos gusta mucho a los gays porque se acerca a la idea que tenemos de la madre. De la madre ideal, la mujer de nuestra vida. La diva es un poco eso, la mujer de nuestra vida. La idealización de una mujer que tiene magia, una personalidad muy fuerte”. Pues ayer, lunes 22 de octubre, las declaraciones del contratenor parecían una predicción de Esperanza Gracia: acertó de lleno.
Es complicado ver a la Bartoli en una función de ópera. Demasiado tiempo de ensayos y teatros demasiado grandes. Por eso, tenerla así, en una Cenerentola, en un Rossini tan maravilloso (y difícil de cantar) era una oportunidad que no se podía dejar pasar. Además, era su debut en Madrid en una ópera. Sus últimos conciertos en el Teatro Real fueron el delirio, y había ganas de verla en una obra completa.
Las versiones semiescenificadas, cuando están bien hechas, son una gozada. Esta lo estaba. Entre otras cosas porque era un traje cortado a su medida. Quizá el único problema era el auditorio, una sala demasiado grande para ella, y con esos precios en las entradas. Arriba se pierde mucho.
Daba igual. Era la Bartoli y era una noche de triunfo. Vini, vidi, vinci, decía Julio César al llegar al Senado. De una emperador romano a una emperatriz romana: ella también llegó, vio y venció. O mejor, vino, vio a su público, cantó y venció.
Para ello se rodeó de una orquesta (Les Musiciens du Prince, de Montecarlo) y un coro (de la ópera de Montecarlo) que, quizás, no fueron los mejores. Pero daba igual. Carlos Chausson, como don Magnífico, estuvo soberbio, rotundo, con presencia escénica y una voz envidiable. Muy buen compañero de viaje.
Este bolo recala en Barcelona el 25 de octubre. Y en el maravilloso Palau de la Música. Será otra apoteosis. Mismo reparto y misma orquesta. Estos bolos (término que muchos se toman como despectivo pero no lo es en absoluto) son una gozada. Y hay que aprovecharlos.
Divas como la Bartoli hay pocas. Hay que hacer caso a Jaroussky y mimarlas. Ya nos decía Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, que «las divas y los divos están en extinción«.
Es una pena, porque el término, bien entendido, da mucho juego y lustre a las noches de ópera. Y a las divas hay que quererlas, que para eso son divas… Brava!