Comienza la temporada más extraña que se recuerda. Como extraño fue también el final de la anterior con La Traviata. Si cerramos con Verdi, abrimos con el mismo compositor. El de Busseto es un talismán. Cuando todo falla, Verdi siempre estará ahí. El Teatro Real se ha propuesto luchar contra los elementos, y lo está consiguiendo. Si fue el primer coliseo del mundo en representar una ópera (semiescenificada) al levantar el telón el pasado 1 de julio con las pasiones de Violetta y Alfredo –eso sí, a dos metros de distancia–, ahora hace lo propio con las de Riccardo y Amelia. Michael Fabiano y Anna Pirozzi queman el escenario (literal) con su amor imposible.
Estaba previsto que abriese el curso la producción del Met de David Alden. No pudo ser. El teatro neoyorquino cerró (como todos los del mundo) sus puertas por la pandemia del coronavirus y fue imposible traerla a tiempo. Aprovechando que el Pisuerga (una producción del Ballo procedente de La Fenice) pasaba por Sevilla para la Maestranza, Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, ha conseguido retenerla en Madrid para poder inaugurar con el título verdiano que tenía previsto.
Matabosch se ha convertido en un auténtico quijote en el mundo de la ópera y ha conseguido, esta vez sí, que todos los ojos del planeta se hayan girado hacia Madrid para clavarse en el coliseo de la Plaza de Oriente. Esta vez sí que podemos decir, y sin que medie un escándalo vació por medio, que el Real juega en primera división mundial. Es heroico lo que está haciendo el mundo de la cultura de España por salir adelante.
Artur Rucinski (Renato), Daniel Giulianini (Samuel), Goderdzi Janelidze (Tom). [Fotos: Javier del Real]
Se trata de una producción dirigida por Gianmaria Aliverta que se ha adaptado a las normas de seguridad sanitarias motivadas por la COVID-19. Ahora llega al Real para comenzar esta temporada, en una noche presidida por los reyes Felipe VI y Letizia. Es un momento también crucial para la monarquía, en el que muchos han cambiado el «Viva V.E.R.D.I.!» del estreno romano de la obra en 1889 por el V.E.R.D.E., que se escuchó en la sala [V.E.R.D.I. en su momento fue acrónimo de «Vittorio Emmanuele, re d’Italia», y hoy son muchos los que reivindican las segundas siglas como «Viva El Rey de España»]. Cosas de la historia. Cosas de la ópera.
La producción de La Fenice huele a vieja. Tanto que le da un punto especial. Con cambios de decorados como ‘los de antes’, con ruidos tras el telón, efecto de espejos, escenario a dos niveles de los que ya no se recordaban y mucho, mucho, muchísimo humo. Y fuego, también mucho fuego. Recuerda a épocas pasadas. Por eso lo del cuarteto protagonista quemando el escenario es literal. La irrupción del Ku Klux Clan y la inmensa Estatua de la Libertad en cartón piedra… son tan kitsch que resultan fascinantes. Pero el montaje tiene una cosa muy buena: se entiende. Y, sobre todo, deja cantar a los cantantes. Un pequeño ‘gran’ detalle.
Michael Fabiano, un imponente Riccardo, a punto de morir tras el disparo de su leal amigo en el baile de máscaras.
Y aquí está muy bien cantada. Michael Fabiano (Riccardo), Anna Pirozzi (Amelia), Artur Rucinski (Renato) y Daniella Barcelona (Ulrica) son cuatro cantantes de fuste. Gran éxito para los cuatro, cada uno de ellos en sus respectivos momentos de gloria, que para eso Verdi es único. El dúo de Riccardo y Amelia fue una delicia. Y hay que insistir que en la ópera lo importante es la parte musical. En estos momentos del postconfinamiento hemos ganado mucho en ello.
Las siguientes funciones prometen con otros repartos: Ramón Vargas (Riccardo), un tenor que ha dado mucho y muy bueno; el esperado (inexplicable que no se haya hecho antes) debut en el Real de Saioa Hernández, una de las españolas que más triunfa en estos momentos por el mundo; Sondra Radvanovsky, también como Amelia… Queda mucho por disfrutar.
La Orquesta y el Coro Titular del Real siguen en esta nueva y aséptica etapa como en los meses en los que todo era normal y podíamos besarnos: estupendos. Nicola Luisotti vuelve a empuñar la batuta con la calidad que demostró con La Traviata en julio… Verdi, de nuevo. ¡Bravo por nuestros cuerpos estables del teatro!
No nos engañemos. El momento que vivimos es un horror. Todo es muy complicado. Si hasta levantarse para ir al trabajo se convierte en una tarea heroica, montar una ópera, con todo lo que conlleva, es casi un milagro. Lo importante es que el público tiene sed de ópera, de teatro, de shows. Nos hemos empapado en el confinamiento de cientos de espectáculos en formato digital… pero no es lo mismo; teníamos mono. La ópera tiene que ser escuchada en directo y hay que saciar esa sed.
Para sacar adelante este Ballo in maschera, el Real ha recurrido a un teatro de mucho menor presupuesto, el de La Maestranza de Sevilla, que le ha cedido esta producción. Los bailarines son los de El Rey León, y el Real vuelve a dar en el clavo levantando el telón, aunque no sea con la producción que merece un inicio de temporada. Es momento de abrir sinergias; de trabajar en conjunto, de sumar. El arte no puede parar. La máxima del espectáculo es «the show must go on», y este es el momento de demostrarlo. Ojalá en la política hicieran lo mismo. Pero, en este caso, para que el (lamentable) espectáculo pare, que no siga, y que de una vez podamos salir adelante.
No paramos de insistir, #CulturaSegura. Hay que aprovechar este momento desastroso para romper barreras y entender, de una vez, que las fronteras del arte, del teatro musical, no existen. Lo que comenzó en el siglo XVII como dramma per música ha crecido. Quizás este sería un buen momento para reflexionar y poner las cosas en su sitio. En época de bonanzas se había salido un poco de madre. –
Una noche de estreno diferente para intentar que todo siga igual. El mundo del colorín (Isabel Preysler, Carmen Lomana, Eugenia Silva, Anne Igartiburu), la política (Carmen Calvo, Meritxell Batet, Rodríguez Uribes –ministro de Cultura–, Marta Rivera de la Cruz –consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid–, Ruiz-Gallardón, Andrea Levy, Esperanza Aguirre, Inés Arrimadas; Pablo Casado…) o el periodismo (Iñaki Gabilondo, Pedro J. Ramírez) conjuntó sus mascarillas con sus outfit de estreno para asistir a este baile de máscaras.
Eso sí, muchos de ellos tuvieron que hacer cola para poder entrar y cumplir con las medidas sanitarias de esta nueva era. La noche empezó con un emotivo discurso de Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura y patrono del Real): «Que muchas cosas andan mal a nuestro alrededor, sin duda. Pero a lo largo de la historia de la humanidad, nunca hemos estado mejor”. Así comenzó, citando al filósofo Karl Popper, para continuar diciendo que se hace cultura cuando los «seres humanos normales y corrientes como nosotros venimos esta noche al Real a escuchar ópera».
Empieza la temporada. Empieza el baile.