Mi amigo Marcos es todavía veinteañero, no tiene pareja y vive solo en una casa del centro de Madrid. Antes de la pandemia estaba acostumbrado a las noches de fiesta en discotecas, a visitas ocasionales a saunas y a Grindr en busca de sexo. Todo eso se lo llevó por delante el confinamiento.
Su vida sexual de joven gay se vio de repente interrumpida. Estos meses se ha hablado mucho de virus, de sanidad, de precariedad laboral, de desempleo, de retraso educativo, de la separación de las familias o de la muerte, pero se ha hablado poco de follar. Es cierto que perder el trabajo, enfermar o no poder visitar a tus padres es muy grave, pero dejar de follar cuando se tiene una determinada edad y un cierto espíritu promiscuo no es poca cosa. La masturbación es al sexo como las reuniones de Skype son a las comidas familiares de los domingos: alivia, pero no basta.
Ninguno de mis amigos grinderos confiesa haber utilizado aplicaciones para ligar durante la pandemia, pero me extrañaría mucho que no hubiera habido un subsuelo sexual, invisible, moviéndose por debajo de nuestros pies. Incluso con el miedo, ¿cómo resistir esa tentación de tener una cita rápida que alivie no solo la tensión sexual, sino también la necesidad de tener a alguien cerca, de tocar un cuerpo de carne y hueso?
A pesar de la sobreinformación constante sobre la covid con que vivimos, no sabemos qué consecuencias emocionales va a tener el confinamiento y el cambio de hábitos sociales al que nos hemos visto sometidos. No tocarse está mal. No tocarse daña. No sé si el mundo gay es más promiscuo que el no gay, pero sé que el mundo gay es benditamente promiscuo. Y esa promiscuidad, como el consumo de gasolina, cayó estrepitosamente en los meses de primavera.
«Follar con desconocidos ya no está tan prohibido, y por eso hay algunos espacios de desahogo»
Hay historias hermosas que merecen ser contadas. Jaime y Roberto eran compañeros de piso. Jaime tenía un novio en Getafe, Roberto no tenía ningún compromiso y por su habitación había un desfile de chicos. Nunca habían coqueteado entre ellos, pero el confinamiento terminó metiéndolos en la misma cama. Empezaron a follar y descubrieron que lo hacían muy bien juntos. Se enamoraron casi al mismo tiempo uno del otro, y antes del final del estado de alarma Jaime había abandonado a su novio (en una videollamada) y Roberto había desinstalado el Grindr.
La mayoría de las historias, sin embargo, han sido menos hermosas. Estados de ansiedad, depresiones y soledad acumulada. También separaciones sentimentales causadas por la distancia o, al contrario, por una convivencia demasiado intensa. Ahora, el ocio nocturno, en muchas zonas de España, está todavía cerrado, y, donde no lo está, languidece por el miedo de los clientes y las exigencias sanitarias.
Pero follar con desconocidos ya no está tan prohibido, y por eso hay algunos espacios de desahogo, como la sauna Paraíso, donde el día en que la policía hizo la redada había cien clientes (mi amigo Marcos estuvo a punto de ir, pero al final se quedó en casa por pereza). Cien clientes, en tiempo de pandemia, son muchos clientes. Requisaron dosis de popper, de GHB, de ketamina y de cocaína, pero no se llevaron el coronavirus que andaba flotando por ahí de boca en boca.
Porque, ¿cómo se folla en tiempos de pandemia? ¿Es más importante la mascarilla que el condón? ¿El hidrogel debe sustituir al lubricante? ¿Deben fomentarse las prácticas con distancia de seguridad, como el exhibicionismo, el spank o el fetichismo de pies? ¿Volverá la moda del glory hole, como aconsejaron organismos sanitarios de Estados Unidos y Canadá? A lo mejor, en estos tiempos de reinvención del sexo, los morbosos son los grandes beneficiados.
ILUSTRACIÓN: IVÁN SOLDO