Desde hace ya varias temporadas –y como una especie de cierre oficioso del Orgullo de Madrid– el Real prepara una traca final de antología, siempre con una orgía de voces para algún título mítico del repertorio. De esos que agotan las localidades. Este año, para combatir la terrible canícula madrileña, nada mejor que Turandot, la princesa de hielo por excelencia de la ópera.
Mucho antes de que Frozen llegara a los altares de la mitomanía gay, Turandot era ya un icono en este mundo LGTBI, tan dado a consagrar los excesos y las pasiones desatadas, y que necesita de un referente gélido para compensar. Ahora es Saioa Hernández –la soprano madrileña que se ha convertido en una princesa del panorama lírico, una de las más solicitadas por todos los teatros del mundo– quien acaba de debutar en el Real en este papel, uno de los más complicados del repertorio. Es especialmente complicado porque es de los que inevitablemente lleva a los aficionados, siempre, a comparar cada función con las grabaciones de las grandes leyendas, las divas de la historia. Con ella se alternan Anna Pirozzi y Ewa Płonka en los tres repartos que hay en estas diecisiete funciones.
Saioa llegó al Real directamente de un Nabucco que hizo en el Gran Teatro de Ginebra, y con muy pocos días de ensayo. Pero no le hicieron falta más para su triunfo. Y no era fácil porque esta producción no lo es. Extremadamente estática, con los cantantes siempre mirando al público, sin interactuar entre ellos. Cantar así, sin moverse, y desde las alturas, no es sencillo.
La soprano jugaba en casa, y en un teatro en el que se siente muy querida. Debutó en él en 2020 como Amelia en Un ballo in maschera, y el julio pasado también cerró temporada en el rol de Abaigail en aquel Nabucco que hizo historia al lograr el primer bis de coro en el coliseo de la Plaza de Oriente. También se siente querida por el público madrileño. Por eso tiene muchos proyectos previstos aquí. De los que se saben y se pueden contar, la Medea de Cherubini con la que comienza la nueva temporada en el Real, y la Madama Butterfly de Puccini que la cierra.
La soprano madrileña Saioa Hernández en un momento del montaje de Robert Wilson que se puede ver estos días en el Teatro Real. [Fotos: Javier del Real]
La Medea que abre temporada estará dedicada a la memoria de Maria Callas, por el centenario de su nacimiento. La diva greco-estadounidense recuperó esta ópera en su versión italiana, y ahora el Real la presenta en su original francesa en una nueva producción de la casa, dirigida por Paco Azorín, y también con varios repartos que prometen darnos muchas alegrías. Saioa Hernández estará en uno de ellos, y se alternará con Maria Agresta y Maria Pia Piscitelli.
Cuando comenzaba su carrera, la Caballé la bautizó como “la diva del siglo XXI”. Como siempre, la reina entre las reinas no se equivocó. La ópera, quizá, tiene en estos momentos una gran cartera de inmensas voces, pero estamos un poco faltos de divas de nuevo cuño, de divas del presente, para el futuro más inmediato. Ser diva no es, necesariamente, peyorativo. Ser diva es dar ese glamour, ese halo de misterio, que enriquece a determinados personajes de determinadas óperas. Turandot, la princesa de hielo, es uno de ellos.
Con Saioa como Turandot está el tenor alemán Martin Muhele como Calaf y la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega como Liù.
Pero, para ser diva, lo que sí resulta imprescindible es presencia canora y escénica. De ambas está sobrada Saioa Hernández, como bien demuestra en esta Turandot, en donde está acompañada en el escenario por una maravillosa Liù de la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega, y el Calaf del tenor alemán Martin Muhele, otro habitual de los grandes escenarios centrouropeos, que debuta en el Real con este rol.
La Turandot de Saioa es rotunda, espléndida. Necesaria en un montaje tan minimalista como el de Robert Wilson. Frente al estatismo de la escena, frente al preciosismo y la exquisitez de la luz, que nadie duerma, nessum dorma, porque la soprano madrileña tiene mucho que cantar. Lo ha dejado bien claro. Avisamos: muy pronto, mucho más. No queda ya nada.