No hay la menor duda de que en Sídney hemos ganado el Mundial, pero, también, muchas cosas más. La Selección Nacional ha dado un ejemplo de lo que hay que hacer y, sobre todo, de cómo hay que hacerlo. Sí, la Selección Nacional. Resulta raro escribir que la Selección Nacional de Fútbol da ejemplo de visibilidad y ‘normalidad’ LGTBI. Pero, claro, no se trata de ‘la selección’, de ‘la roja’ que sacó a todo el país a la calle cuando España ganó el Mundial de Sudáfrica en 2010.
Se trata, obviamente, de la Selección Nacional de Fútbol Femenino, esas chicas a las que hace unas semanas nadie hacía caso y que ahora copan titulares en todo el mundo. Esas chicas que han hecho historia no solo por conseguir la estrella de campeonas del mundo sino, sobre todo, por el ejemplo que han dado de ser y de estar en cuanto a visibilidad LGTBI se refiere. De esas chicas que han marcado el gol de la victoria más necesaria a los ‘machirulos’ del fútbol masculino, que aún vive encerrado en los armarios de la homofobia.
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Hay que recordar que los deportistas de élite tienen todos una edad que los enmarca entre la generación Z y millennial: es decir, son todos jóvenes. Y también hay que recordar que la juventud española, salvo deshonrosas excepciones, vive en una sociedad libre de armarios y prejuicios. Excepto en el mundo del deporte, salvo honrosas excepciones. De eso saben algo mis queridos Víctor Gutiérrez y Paloma del Río, ambos abanderados en sus respectivos mundos: él, en el de los deportistas de élite, y ella en el de contar lo que hacen, y cómo lo hacen, esos mismos deportistas. «Siempre he querido ponerle voz a los que no la tienen», dijo la periodista al recoger su más que merecido Premio Ondas en 2019.
Por eso es tan importante el ejemplo, no solo deportivo, que han dado las chicas de la Selección Nacional de Fútbol Femenino. Y no solo las españolas. Fueron 85 las futbolistas lesbianas o bisexuales que estuvieron presentes, y fuera del armario, en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda. De los 32 países que participaban, 22, entre ellos España, tenían jugadoras que eran lesbianas o bisexuales, orgullosas, que vivían con normalidad fuera del armario. Ahí es donde radica la importancia del tema: en la normalidad.
Vivimos, afortunadamente, en unos años en los que la normalidad es la mejor manera de hacer bandera. Pero eso no quiere decir que esa bandera no siga siendo muy necesaria. El polémico y asqueroso beso de Rubiales es la mejor prueba de ello. Ese ‘pico’ (un gesto tan cotidiano entre muchas personas, en especial en el mundo LGTBI+) resulta una imagen repugnante en este caso. ¿A qué se debe? Decir que es una muestra de «máxima efusividad» en un momento de celebración es como comparar un grito de «maricón» en un mitin de Vox al mismo comentario en una reunión de amigas en un concierto de Fangoria.
¿Cuándo hemos visto a Rubiales darle un pico a algunos de esos jugadores que destilan testosterona homófoba? Seguramente, muchos de ellos lo hacen en privado, porque son jóvenes y se comportarán, en su día a día, como corresponde a las personas de su edad. Pero en público, el fútbol masculino sigue siendo ese reducto en el que tocarse los huevos ‘a lo macho’ sigue siendo la mejor muestra de satisfacción.
Los hombres del fútbol masculino son como Astérix y Obélix, una aldea poblada por irreductibles galos que se resiste todavía a la visibilidad y normalidad. Pero con menos gracia; con muchísima menos. Ahora llegan estas chicas, hacen historia al ganar un Mundial, y les marcan el golazo de la normalidad aceptada por (casi) toda la sociedad a todos aquellos que llevan años encerrados en sus armarios. Los dejan encerrados, y sin nada que ponerse, pese a vivir en un armario, para poder celebrar la victoria. Gracias, chicas. Por la copa y por hacer tan bien las cosas.