¿Cómo se mostraba la diversidad sexual en el arte hace cien años? Una exposición en el IVAM de Valencia analiza el profundo cambio de paradigma sexual que se dio en el periodo de entreguerras del siglo XX: cuando homosexualidad, lesbianismo, transexualidad, parafilias o prostitución salieron del oscuro armario de la doble moral y se convirtieron en parte del discurso artístico.
Hombres practicando deporte desnudos y en plena naturaleza. Pintores bisexuales conviviendo con sus amantes de ambos sexos en la campiña inglesa. Cabarets llenos de travestis y locales solo para chicas. Artistas que se negaban a pertenecer a un solo género… todo esto estaba pasando en Europa en las décadas anteriores a la II Guerra Mundial. ¿Existió entonces una primera revolución sexual, que representaba la diversidad, mucho antes de los años 60?
“El término ‘revolución’ no es el más adecuado”, apunta el comisario de esta exposición del IVAM valenciano el profesor y crítico especializado en feminismo y teoría queer Juan Vicente Aliaga. “Lo que se dio fueron manifestaciones de la diversidad sexual inéditas en el ámbito público, y en distintos lugares a la vez: en Berlín o París, que alcanzaron a otros países, entre ellos España”, establece.
De hecho, el recorrido histórico que presenta Aliaga comienza un poco antes. A finales del siglo XIX, en la Alemania industrializada surge un movimiento, el ‘körperkultur’, que aboga por la vuelta a la naturaleza y el cuidado del cuerpo sano. Pronto reivindicará el nudismo y la práctica del deporte al aire libre. Es el pistoletazo de salida para la liberación moral del cuerpo humano, y también el surgimiento de una corriente subterránea de libertad homosexual. “Aunque, una vez que algunos grupos incorporaron prácticas homosexuales, otros pedían prohibirlas. Igualmente, se debatía si las mujeres debían o no participar. La liberalidad no era aún tal”, apunta Aliaga.
En la exposición, el movimiento aparece representado por un cuadro olvidado hasta hace muy poco y hoy justamente célebre: unos hombres desnudos contemplando a un saltador de trampolín, obra de Eugène Fredrick Jansson. Tras este preámbulo, la exposición desgrana a través de una cincuentena de artistas, y en varios capítulos, la historia del sexo y el arte hasta la llegada de los totalitarismos y su visión de una masculinidad idealizada y excluyentemente poderosa y viril, que cierra la exposición.
En medio, un festival de desviaciones de la norma, parafilias y libertad soterrada: el fin de la moral victoriana con los artistas del Círculo de Bloomsbury; la aparición del Instituto de Estudios Sexuales de Magnus Hirschfeld en Berlín, “adonde acudían aquellos que necesitaban entender sus cuerpos y sus deseos”. Hirschfeld escribiría la primera ‘película gay’ de la historia, Distinto a los demás (1919), para tratar de acabar con el artículo 175 del código penal prusiano, que castigaba la homosexualidad.
Mientras en Berlín los pintores de la Nueva Objetividad como George Grosz retrataban la prostitución callejera y la violencia sexual de la miseria de posguerra, surgía también una subcultura homosexual y lésbica con figuras tan relevantes como Hannah Höch o Jeanne Mammen.
En París aparece el surrealismo: el deseo se convierte en motor de multitud de obras, desde Breton a Dalí. Se potencian figuras no adscritas a un género, como la pionera Claude Cahun, y homosexuales y lesbianas crean círculos intelectuales como los de Gertrude Stein y Alice B. Toklas, muchas veces en locales de encuentro, no ya solo en parques y urinarios públicos.
El sexo, en todos sus aspectos abisales, comienza a representarse de forma cada vez más atrevida, como muestran las escenas lésbicas de Gerda Wegener o los dibujos de Carol Rama.
Mientras tanto, en España, con un rey como Alfonso XIII, que encarga películas pornográficas para su consumo, y una dicta-blanda, surgen los espectáculos de erotismo picarón. Barcelona es la capital sicalíptica, que es como denominamos al género pícaro, con espectáculos como los del travesti Edmond de Bries y lupanares de vicio como La Criolla.
Allí se mezclan aristócratas y lumpen, y se puede ver actuar a Josephine Baker mientras en la pista se prostituye un joven Jean Genet. Allí acuden en masa los marineros, luego “un símbolo del nómada que va de puerto en puerto sin estar sometido a ningún control social, y que se puede permitir tener sexo con unos y otros” –explica Aliaga–, tan presentes en los dibujos de García Lorca o en los fotomontajes de su amigo Gregorio Prieto.
El sueño dorado acabará con la proliferación de los totalitarismos y el horror de una nueva guerra. Pero la semilla sembrada resurgirá décadas más tarde. Y precisamente esta exposición nos recuerda lo importante que es tener muy frescos esos antecedentes, para poder esgrimirlos e incluso restregárselos por la cara a los retrógrados del presente. Uno de los grandes poderes del arte.
Des/orden moral. Arte y sexualidad en la Europa de entreguerras se puede visitar en el IVAM de Valencia (C/Guillem de Castro, 118) hasta el 21 de marzo de 2021. Más información en www.ivam.es