A sus setenta y tantos –ni confirma ni desmiente cuántos son en realidad, ni los aparenta–, Eusebio Poncela vuelve a dar una clase de maestría en la obra El beso de la mujer araña, basada en la novela de Manuel Puig, publicada en 1976, y cuya versión cinematográfica le valió un Oscar a William Hurt en 1986.
En ella interpreta a Molina, una mujer trans –aunque todo el mundo le considerara en el momento en que se desarrolla la acción un homosexual muy afeminado–, acusada de corrupción de menores («me da mucha pena que el personaje no pudiera transicionar, como hubiese querido«), que comparte celda con un preso político (interpretado por Igor Yebra) en la Argentina peronista.
Representan dos polos aparentemente opuestos que se van acercando a medida de que se van conociendo entre las asfixiantes cuatro paredes que comparten. Un nuevo reto interpretativo para Poncela, que salva con nota gracias a una creación repleta de sensibilidad y ajena a clichés.
«Las series me dan igual, se estiran demasiado»
Que la personalidad de Eusebio Poncela es arrolladora, como su carrera, es de sobra sabido. Por eso sorprende cuando, al terminar nuestra charla, dice: «Trátame bien, como si estuvieras loco por mí». Le confieso que lo estoy desde hace décadas, cuando me voló la cabeza con Arrebato, de Iván Zulueta, y La ley del deseo, de Pedro Almodóvar, las dos primeras películas suyas que recuerdo haber visto.
Hace seis años que no hace cine, desde que participó en La corona partida («rodaré una película nueva en breve», adelanta), y vive entregado a la pintura y al teatro. Siempre a su ritmo. Aunque no hace tanto le pudimos ver en Merlí Sapere Aude («las series me dan igual, se estiran demasiado, aunque sean buenas», dice categórico).
Ahora solo piensa en las semanas que le quedan de interpretar a Molina en el Teatro Bellas Artes de Madrid, una experiencia que asegura estar disfrutando muchísimo. Después tocará escapada de vacaciones a su amada Argentina, donde tiene muchas amistades («y me he follado a medio Buenos Aires, mi vida»). Una vez más, yendo a su aire. «Rechazo la exposición mediática propia de mi profesión de manera orgánica», explica, «nunca he estado por ella». Por suerte, aquí hace una excepción.
SHANGAY ⇒ A estas alturas de tu carrera, ¿trabajas por placer?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Es lo que he procurado hacer siempre, salvo cuando, por cojones, he tenido que aceptar cualquier mamarrachada que era una puta mierda porque necesitaba trabajar. Me encantan los desafíos. No necesito trabajar ya, pero le debo mucho a este oficio, y encima lo hago de putísima madre.
«Cuando estoy en escena me acuerdo de todas esas mujeres trans que se han quedado por el camino»
SHANGAY ⇒ ¿Te pareció un desafío embarcarte en El beso de la mujer araña?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Lo hice porque es una obra buenísima. Admiro a Manuel Puig, tan vulnerable y auténtico, y cuando leí el libro en los setenta ya me llamó muchísimo la atención. Y luego la acepté porque la iba a dirigir Carlota Ferrer, con la que ya trabajé en Esto no es la casa de Bernarda Alba. Es una kamikaze, somos tal para cual [risas]. Aunque me lo pensé antes de aceptarla; me veía un poco vieja para el personaje, aunque esté de puta madre físicamente.
SHANGAY ⇒ ¿Es la primera vez que interpretas un personaje trans?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Sí. Al principio no encontraba la manera de profundizar en ella, y mira que he conocido mujeres trans con alma tan salvaje como la mía. Tenía claro que no quería hacer un acercamiento superficial al personaje; Molina no podía ser una caricatura. Porque cuando estoy en escena me vienen a la mente todas esas mujeres trans que se han quedado por el camino, y la emoción que voy acumulando en la función es muy fuerte. Hasta el punto que, casi al final, no puedo evitar soltar el moco. Y mira que a mí no me gusta llorar en el teatro, pero las lágrimas que se ven son de verdad.
SHANGAY ⇒ ¿Cómo trabajaste la feminidad que impregnas al personaje?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Si te soy sincero, no sé cómo lo hago. Hay mucho oficio detrás, claro, pero fue saliendo en los ensayos con Carlota. Gracias a que ya está en el texto, claro. Y a lo que me ayuda ese ser extraordinario que es Igor, al que tengo enfrente durante toda la función, y que no finge tampoco. Lo he tenido todo a favor. Y con esta obra me han vuelto recuerdos como el palizón que le dieron a varias trans, una de ellas amiga mía, cuando salimos a manifestarnos, cerca del Retiro, en el primer Orgullo de Madrid [en 1978], en que también venía conmigo Iván Zulueta.
«Nunca he sentido que tenía que esconder mi personalidad o mi sexualidad»
SHANGAY ⇒ Ese orgullo lo has demostrado siempre, nunca fuiste de esconderte ni negar tu homosexualidad…
EUSEBIO PONCELA ⇒ En la puta vida. He sido siempre escurridizo y evasivo en lo relacionado con mi vida privada, pero no en lo demás. Siempre me he sentido orgulloso de haber hecho lo que me ha salido de los huevos en cada momento; no me apetecía esconder mi personalidad ni mi sexualidad, eso siempre lo he tenido claro. Y me obligó a enfrentarme a prejuicios, ninguneos, que en algunos casos no se me valorara como actor, cuando soy de los mejores de este país… Pero nunca me preocupó lo más mínimo. Ni pensé que igual si hubiera ocultado mi homosexualidad quizá podría haberme ido mejor, porque esto es, y seguirá siendo, España, ¡España! [risas]. Hacerlo habría sido una metedura de pata.
SHANGAY ⇒ Sí has dejado claro siempre que tu vida privada es eso, privada…
EUSEBIO PONCELA ⇒ Es algo que he llevado a rajatabla. No tiene que ver con prejuicios ni hipocresía; es que lo que pasa entre mis huevos es algo mío. Y si se añaden dos pelotas más, aún más, porque hay que respetar a la otra persona. Que a lo mejor es un exhibicionista feroz, como me ha pasado, pero a lo mejor es tan privado como yo. Me he encontrado de todo en esta vida, porque he tenido un montón de parejas divinas.
SHANGAY ⇒ Con un pasado de excesos bien documentado, que tú mismo has compartido, llama la atención al verte en el teatro lo en forma que estás… ¿Cómo lo haces?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Mi padre era divino, socialista y deportista, y eso ya te marca [risas]. Incluso cuando era el más yonqui de Madrid y estaba más colgado que una paraguaya, me iba a correr a la Casa de Campo con todo el colocón [risas].
«Soy una rara de cojones, profundamente solitario e individualista»
SHANGAY ⇒ Has nombrado a Iván Zulueta, un director único junto al que rodaste una obra maestra, Arrebato. ¿Cómo le recuerdas?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Iván, que era un genio, y yo nos conocimos en la Gran Vía. No de cruising, simplemente nos paramos al ver nuestra actitud y cómo íbamos vestidos, y empezamos a hablar. Resulta que éramos vecinos, yo adoraba su técnica de dibujo… Éramos almas gemelas, pero él iba por delante de mí en bastantes cosas, tanto mental como artísticamente. Aprendí mucho de Iván. Hicimos juntos Arrebato y Párpados, así que pude estar junto a él en esos momentos en que pudo salir adelante. Ya después se aburrió del mamoneo y los trámites para sacar adelante proyectos.
SHANGAY ⇒ Y de Pedro Almodóvar, ¿qué puedes decir?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Pedro y yo tenemos unas personalidades…, ¡somos un par de divas! Como artista, le adoro; es otro genio, lleno de creatividad, y le deseo lo mejor. Cuando trabajas con los buenos, sea Almodóvar, Carlos Saura o Adolfo Aristarain, vas a por todas, y disfrutas cada minuto del rodaje.
SHANGAY ⇒ ¿Eras consciente cuando rodabais La ley del deseo de la importancia de una película así?
EUSEBIO PONCELA ⇒ ¡Que me iba a dar cuenta yo, pelotudo! Viví el momento a tope, sin pensar en lo que pudiera pasar después, como hago siempre; nunca me planteo si una pintura mía va a ser la hostia bendita, o si la película que estoy haciendo se va a convertir en un clásico imperecedero. De hecho, La ley del deseo no la he visto, nunca veo mis trabajos. He tenido la suerte de estar presente en momentos clave de distintos directores, eso sí.
SHANGAY ⇒ ¿Por qué no quisiste ver Dolor y gloria, en la que Asier Etxeandia interpreta a un personaje que tanto recuerda a ti?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Primero, porque no veo casi cine. Segundo, porque me raspa ya un poco todo, porque se que han podido convertir ciertas cosas en clichés, cuando podrían tratarse de una manera sutil. No tengo nada contra Pedro, al contrario, pero no quise entrar en ese tema porque tengo vida propia.
SHANGAY ⇒ ¿Te consideras un rebelde con o sin causa?
EUSEBIO PONCELA ⇒ Con una causa natural y orgánica, no podría ser de otra manera. Me sale ser como soy: una rara de cojones, profundamente solitario e individualista hasta el delirio. Tengo ocho o nueve personalidades, y cuando me sale la del sentido común no le hago ni puto caso [risas].
EL BESO DE LA MUJER ARAÑA SE REPRESENTA EN EL TEATRO BELLAS ARTES (C/MARQUÉS DE CASA RIERA, 2), EN MADRID, HASTA EL 16 DE OCTUBRE