'Los maestros cantores de Núremberg' en el Teatro Real: 'nulla aesthetica sine ethica'

Al igual que tampoco hay ética sin estética ('nulla ethica sine aesthetica'); Wagner compuso cuatro horas y media de maravillosa música para ensalzar a quienes, "por amor al arte", buscan la belleza para salvar al mundo.

Impactante producción de Lauren Pelly de esta ópera de Wagner. Foto: Javier del Real.
Impactante producción de Lauren Pelly de esta ópera de Wagner. Foto: Javier del Real.
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

25 abril, 2024
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Tras la impresionante obertura de Los maestros cantores de Núremberg se va abriendo, lentamente, el lúgubre telón negro del Teatro Real que nos muestra una ciudad (¿un mundo?) en ruinas, con casas de papel destrozadas. La belleza de las notas que nos regala Wagner chocan con esa triste realidad. Es el comienzo de cuatro horas y media de una partitura que podría resumirse así: nulla aesthetica sine ethica; nulla ethica sine aesthetica. Es decir, no hay estética sin ética, de la misma manera que no hay ética sin estética.

Wagner estrenó esta ópera en 1868, aunque estuvo trabajando en ella desde casi treinta años antes. El estreno fue tres años después de Tristán e Isolda, a la que rinde un autohomenaje en el tercer acto. Ambas son dos inmensas obras para ensalzar el amor más puro, en pleno final del romanticismo alemán, en plena exaltación de los valores patrióticos tras el final del Sacro Imperio Romano Germánico, y en puertas de la unificación alemana.

Los Maestros Cantores de Núremberg Teatro Real.

Valeriano Lanchas (Hans Schwarz), Frederic Jost (Hans Foltz), Barnaby Rea (Konrad Nachtigal), Gerald Finley (Sachs), Kyle van Schoonhoven (Ulrich Eisslinger), Jorge Rodríguez-Norton (Agustin Moser), único cantante español que actúa en el Festival de Bayreuth en los últimos años. [Foto Javier del Real]

Hoy Wagner sigue despertando las mismas pasiones que cuando Luis II de Baviera lo acogió en su corte y lo convirtió en su protegido. Todo en Wagner es a lo grande. Cuando medio mundo estaba cerrado tras el post confinamiento, el Teatro Real sorprendió cumpliendo con los compromisos de la programación, y culminó la imponente Tetralogía wagneriana con unas históricas funciones de Sigfried y El ocaso de los dioses. A los mandos del foso estaba Pablo Heras-Casado. (Lo del foso es en sentido figurado, porque los músicos –para cumplir con las medidas sanitarias que permitieron a Madrid ser el primer teatro de ópera del mundo en levantar el telón y abrir su escenario– estaban repartidos por la sala.)

Había sed de Wagner entonces, como la hay también ahora. Siempre hay sed de Wagner; uno nunca se cansa de disfrutar de las maravillas de este músico, que hizo de su arte una religión. Para saciar esta sed, llegan estas maravillosas funciones de Los maestros cantores de Núremberg (Die Meisternsimger von Nüremberg), de nuevo con el maestro Heras-Casado al frente –nuestro director más internacionalmente wagneriano– y esta vez ya con toda la orquesta en el foso. Una nueva –y brutal– producción del Teatro Real, en coproducción con la Royal Danish Opera de Copenhague y el National Theatre de Brno, que se presenta en este coliseo antes de viajar a los otros dos teatros.

A los mandos de la escena está Laurent Pelly. En Madrid ya teníamos constancia de su sabiduría con obras tan complicadas de poner en escena como Falstaff, o con bombones como Il turco in Italia, La fille du régiment o Viva la mamma! Su maestría llega ahora a cotas elevadísimas con una nueva producción de esta magna y bellísima obra de Wagner, de cinco horas y media de duración, con los dos descansos.

Los Maestros cantores de Núremberg Teatro Real.

Plano general, con coro de aprendices, de esta puesta en escena de Laurent Pelly con un escenario lleno de casas de papel.

Pelly presenta ese mundo destruido, que los maestros cantores tienen que recomponer con su arte, con su culto a la belleza y su búsqueda desmedida del «valor del arte». Richard Wagner, como era habitual, compuso el libreto, que no deja de ser un (largo) cuento en el que unos maestros cantores –en un festival de música en Núremberg, en el siglo XVI– luchan por conseguir el amor de Eva, la hija del orfebre Pogner. Walther es un caballero de Franconia que queda prendado de Eva. «Quiero enamoraros con mi canto», les dice a los maestros cantores, para así ganar el concurso. Todo bajo la complicidad del zapatero Sachs, una especie de casamentero-celestino. Porque, sí, esto es una ‘ópera gremial’ y todos los protagonistas son zapateros, sastres, orfebres, peleteros, panaderos, especieros, calceteros, jaboneros… Pero, ojo, quien gane el concurso y, con él, la mano de Eva, tiene que gozar con «el favor de la novia» porque es lo que marca el «sentido común», según reza el libreto.

A lo largo de toda la función, Pelly propone un decorado que gira, con casas de papel que van configurando los distintos escenarios, y que muestran la fragilidad de la belleza, lo endeble que puede resultar la frontera entre «lo bello y lo magistral», como se plantea en un momento de su aprendizaje el aspirante a cantor. Wagner buscaba la excelencia, la belleza pura; el arte total. El regista francés lo resalta.

En una obra tan sumamente dura y difícil de cantar, la noche del estreno se saldó con el éxito de Gerald Finley por su excelente Sachs, el zapatero; de la estupenda Nicole Chevalier, por su exquisita Eva; de Leigh Melrose por la maravillosa interpretación que hizo de Beckmesser (un escribano, que es el ‘medidor’ de los maestros cantores, papel cómico en el que muchos quieren ver una burla de Wagner al mundo de la crítica austriaca de la época) y de Jorge Rodríguez Norton como Moser. Este último y Pablo Heras-Casado son los únicos españoles que hoy día pisan el escenario de Bayreuth, en la colina sagrada de Wagner.

Los Maestros Cantores de Núremberg Teatro Real

Leigh Melrose (Sixtus Beckmesser), Gerald Finley (Sachs), en un momento del tercer acto.

Este ‘cuento’ de cantores wagnerianos ha dado lugar a muchos, quizá demasiados, sesudos artículos analizando todos los detalles de una obra tan compleja. Esta ópera ha sido utilizada políticamente hasta niveles tan espeluznantes como que Hitler y el nazismo hicieron bandera con ella, por enaltecer la cultura alemana. Esta partitura ha vistos cómo los más disparatados directores de escena la han intentando destrozar, sin conseguirlo. La apuesta que llega ahora al Real –veintitrés años después de unas legendarias funciones con la Staatskapelle de Berlín y Barenboim a la batuta– es una nueva muestra de que, cuando las cosas se hacen bien, con Wagner se disfruta tanto del «valor del arte» –como se canta en un momento del libreto– que se logra parar el tiempo para que esas cinco horas y media vuelen.

Los Maestros Cantores de Núremberg Teatro Real

El magnífico Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo). Foto: Javier del Real.

En pleno siglo XXI, en el que la tiranía de los reels nos impone discursos de poco más de un minuto, sorprende que para contar este ‘cuento’ Wagner dedique cuatro horas y media de música. Pero cuando la orquesta suena como lo hizo la Orquesta Titular del Teatro Real la noche del estreno –a las órdendes de Heras-Casado– se llega al clímax final del tercer acto –con el Coro del Teatro Real en estado de gracia– en un pispás.

«¡Honrad a vuestros maestros, entonces conjugaréis buenos espíritus!». Qué mejor forma de terminar que plagiando a Richard Wagner, mientras se cierra, lentamente y a mano, ese lúgubre telón negro.

 

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