Quería un cambio en su vida y fue en 2013 a “pasar unos meses”. Pero este catalán de 31 años se quedó a vivir allí. Jordi Añón trabaja en una de las peluquerías más importantes de Bali y nos cuenta sus secretos de la isla, una especie de ‘oasis lgtbi’ en Indonesia, un país donde las cosas no son nada fáciles para nuestro colectivo.
De las más de diecisiete mil islas que componen el archipiélago de Indonesia Bali es, sin duda, la más conocida. Y la que atrae a más turistas a lo largo del año. Es uno de esos pocos destinos en los que se pueden ver maletas de Louis Vuitton y mochilas de Quechua a partes iguales. Ofrece lujo y descanso, pero también aventura y autenticidad.
Eso lo sabe bien Jordi Añón, un catalán que en 2013 dejó todo para irse a Bali en busca de un cambio. Su estancia tenía fecha de caducidad. Hasta que consiguió trabajo en Manik Hair&Beauty, una de las peluquerías más prestigiosas de toda la provincia. Lo que iban a ser seis meses, se han convertido ya en cinco años.
“Lo que me gusta de la isla es la variedad de actividades que ofrece. Desde estar perdido en medio de una jungla, con cataratas increíbles o disfrutando de playas de ensueño llenas de cocoteros, hasta los más exquisitos restaurantes o fiestas internacionales… ¡El año pasado tuvimos a Grace Jones en concierto!”, nos dice.
Ya se siente medio balinés y habla casi como un lugareño, en primera persona, de lo que ocurre en la isla. Jordi se adaptó rápidamente a su nuevo estilo de vida y eso, en gran medida, fue gracias al trato que recibió: “Todo el mundo tiene respeto mutuo por el otro, no hay diferencia por colores de piel, raza, religión, moda, estilo…Todos nos mezclamos con todos”. Y nos queda claro cuando nos confiesa, entre risas, que una de sus cosas favoritas de Bali son “los chicos asiáticos” [gays, suponemos nosotros].
La situación para la comunidad LGTBI en Indonesia parece cada vez más complicada. Hace unos meses, el Gobierno anunció que pretendía llevar a cabo una enmienda para criminalizar las relaciones homosexuales y prematrimoniales. “Ha habido rumores de que se estudiaba la opción de crear una ley anti LGTBI, pero hasta el día de hoy todo sigue igual y lo único que han hecho es vetar Grindr. Sin embargo, otras apps gays como Hornet o GayRomeo sí que funcionan… Creo que es pura propaganda”, dice Jordi, para quien la ‘realidad de la calle’ es muy distinta a la ‘realidad de los canales oficiales’. “A nadie le importa si eres bencong [marica en indonesio], hetero o lo que quieras ser… La gran diferencia es a nivel legal, que no estamos amparados por la ley en caso de violencia homófoba, problemas entre parejas homosexuales o matrimonio”.
Bali es muy distinto al resto del país, y es por ello por lo que muchos jóvenes homosexuales de otras partes de Indonesia van a vivir allí por miedo a no ser aceptados por su entorno. “Muchos de ellos llevan una doble vida, están casados y con hijos para contentar a su familia, pero en realidad son homosexuales”, una terrible situación que, sorprendentemente, sigue ocurriendo en 2018.
La mayoría de las personas LGTBI de la isla se juntan al caer la noche en la calle Dhyana Pura donde, aunque el alcohol es muy caro –algo de lo que se queja Jordi–, todo el mundo está mezclado y sin prejuicios, con ganas de bailar hasta altas horas de la madrugada: «Abren todos los días de la semana hasta las tres y las cuatro de la mañana, y no hay que pagar entrada».
Además de bares de ambiente, saunas y lujosos restaurantes, Bali ofrece un amplio abanico de planes que, unido a su clima cálido y casi invariable, hace que quedarse aburrido en casa no sea una opción. Aunque Jordi reconoce que las playas en sí no son el mejor reclamo de la isla, sí que lo son las actividades que se pueden hacer en ellas, como surf, buceo o snorkel. Para ver playas paradisiacas y aguas cristalinas hay que desplazarse un poco pero merece la pena. “Las islas Gili o Nusa Penida, a cuarenta y cinco minutos en lancha desde Bali, son perfectas para desconectar y disfrutar de la fauna marina”, nos recomienda.