Que una estrella pop abiertamente gay como Troye Sivan aproveche su alcance global para publicar un álbum como Bloom es de agradecer. Sinceridad, vulnerabilidad y una sexualidad desacomplejada son los principales ingredientes de un álbum conciso, emotivo y rebosante de personalidad, algo que últimamente cuesta encontrar en el panorama pop mainstream. Bloom, un enorme paso adelante en su carrera, supone además un reverso positivo y romántico que añadir al movimiento #MeQueer.
En un momento en que es cada vez mayor la visibilidad LGTBI en el universo pop –quizá desde los 80, cuando triunfaban a lo grande nombres como Culture Club, Bronski Beat, Frankie Goes to Hollywood, Soft Cell o Pet Shop Boys, no se ha vivido algo igual–, que coincidan en el tiempo lanzamientos de Years and Years, MNEK o Kiddy Smile es de aplaudir. Y, una vez escuchado –y disfrutado– Sweetener de Ariana Grande, no parece casual que compartan uno de los grandes temas de este segundo álbum del artista sudafricano criado en Australia. Ambos han lanzado discos sin grandes estridencias, sin apenas concesiones a lo que el público demanda en estos momentos, y con una homogeneidad que les da personalidad.
A finales de 2015 vio la luz Blue Neighbourhood, un correcto debut que tuvo, eso sí, un largo recorrido comercial. Aunque este sobreproducido ejercicio de dream pop con ecos del grandeur melodramático de Coldplay no ayudaba a vislumbrar si existía realmente un artista tras él o si era un mero ejercicio para rentabilidad su popularidad en las antípodas. Bloom supone todo un golpe en la mesa, una inspirada muestra de reafirmación y sí, de visibilidad.
Arranca con Seventeen, inspirada en una experiencia que tuvo en Grindr cuando aún era menor de edad, y ya vemos por dónde van los tiros. Musicalmente, supone el eslabón perfecto entre su debut y este álbum. E indicación de que, en esta ocasión, apuesta por el ‘menos es más’ a todos los niveles –su sobria portada lo ilustra–. Con el que fue su primer single, My My My!, continúa una trilogía que cierra con el tema que le da título, otro impecable single. Tres canciones que se complementan y en las que habla sobre el deseo, la necesidad de sentirse amado y la sexualidad libre, vivida sin remordimientos.
Es a partir de The Good Side cuando más claramente se escuchan sus influencias retro, porque a nivel de sonoridad y producción es evidente que ha buscado una cierta atemporalidad a través de influencias, no tan trilladas, de décadas pasadas –en alguna, ni había nacido–. La exquisita The Good Side, coescrita y coproducida por Ariel Rechtshaid, suena a una combinación, inesperada, entre James Taylor y Air. Y Postcard recuerda, casi inevitablemente, a Rufus Wainwright.
El cambio de tercio llega con Dance To This, su dúo con Ariana Grande, en donde las cajas de ritmos típicamente ochenteras comienzan a cobrar protagonismo. Si esta canción puede recordar a las míticas colaboraciones de George Michael con leyendas como Whitney, Aretha o Mary J. Blige, el ramalazo funky que recorre What a Heavenly Way To Die gracias a –¿quizá?– la misma Linn LM-1 que fue seña de identidad de la música de Prince, aporta otro matiz. Y que el título de este tema remita al clásico de The Smiths There Is A Light That Never Goes Out es un puntazo. Lucky Strike es tan adictiva como los cigarrillos que menciona, y en ella Troye incide de nuevo en esa visión del amor que parece tener en estos momentos, tan de entregarse en cuerpo y alma. Cierra el álbum con Animal, inquietante y oscura en la superficie, que no en el fondo.
Bloom nace con vocación de disco de culto. Se disfruta de principio a fin, y aporta a la escena pop un discurso y una coherencia que quizá no le encumbren a los primeros puestos de las listas, pero que le va a hacer ganar una enorme fidelidad por parte de sus seguidores. Está claro que nos queda mucho por escuchar de Troye Sivan este año. Y, ojo, porque también le veremos en la gran pantalla en Boy Erased. Ha florecido a lo grande, no cabe duda.