Adiós a Stefano Sannino, el embajador que más ha luchado por el mundo LGTBI

Temas: Activismo, Stefano Sannino, Trans

Una pena. Stefano Sannino, el embajador de Italia en España, se nos va. Su llegada hace cuatro años revolucionó el panorama diplomático. No era el primer embajador abiertamente gay que venía a nuestro país; antes lo habían hecho, con sus respectivos maridos, el estadounidense James Costos y el francés Jèrôme Bonnafont. Pero, sin duda, Sannino es el que más ha luchado por la plena integración del colectivo LGTBI en todos los campos de la sociedad.

El pasado viernes 21, varios amigos –capitaneados por el abogado Manuel Ródenas y su marido, Javier Gómez– le organizaron una fiesta sorpresa en el Hotel de Las Letras, con vistas a la Gran Vía, una de sus calles preferidas de Madrid, una ciudad de la que está enamorado. Allí estaban su padre, Bruno Sannino; su marido, Santiago Mondragón, representantes de la embajada y muchos, muchos, amigos. Entre ellos se encuentran muchas personas trans. No quisieron faltar esa noche para dejar patente, con su testimonio, que gracias a gestiones como las que Stefano hizo con la Cámara de Comercio de Italia o el Ayuntamiento de Madrid su vida había cambiado por completo. Tanto que –y esto son palabras textuales– dijeron cosas como «gracias a Stefano ahora tengo una vida, cosa que antes no tenía».

También estaba presente, a través de su presidente, Emeterio Lorente, y de su director, Manuel Ródenas, la Fundación Eddy con la que el embajador se ha volcado. El primer hogar de acogida en España para personas LGTBI que sufren discriminación o bullying ha sido otra de sus prioridades. Algunos de sus miembros quisieron hacerle unos regalos para que decore su nueva casa. El complemento perfecto a la mesa que habían encargado sus amigos a la arquitecta Teresa Sapey, la autora del lazo del sida que preside el parking de la plaza de Pedro Zerolo.

Ya desde el principio de su vida como diplomático en Madrid, Sannino dejó claro que el colectivo trans era una de sus prioridades. En 2018, durante una fiesta en la embajada por el Día Nacional de Italia, dedicó su discurso a los transexuales: “Queremos conseguir que todas las personas sean tratadas con respeto y dignidad sin que importe su condición u orientación sexual. El año pasado anuncié que estábamos trabajando con la Cámara de Comercio italiana para la inserción de las personas transexuales en el mundo laboral. El proyecto se ha hecho realidad con el convenio que han firmado el pasado mes de marzo la asociación Transexualia, la Cámara de Comercio y el Ayuntamiento de Madrid. Lo que tenemos que hacer ahora es plasmar este compromiso para que se haga efectivo. Hay mucho más […] Solo decir que todo lo que hacemos está pensado para promover la cooperación entre Italia y España”. Pues el pasado viernes quedó demostrado que todo eso ha fructificado, y para bien.

Durante estos cuatro años de Stefano –así es como es conocido en nuestro mundo– como embajador, han sido muchos los artículos en los que los periodistas se han centrado en la ‘agitada vida social’ de la institución. Cosa que ha sido cierta, y gracias a esos eventos, la que posiblemente sea la embajada más bonita de Madrid se ha puesto al día en muchas cosas con lo que se ganaba con los alquileres. Pero eso es un tema que solo debe preocupar a sus responsables. Lo que a nosotros nos ocupa es que en muchas de estas fiestas, por primera vez, las letras menos favorecidas de las famosas siglas LGTBI estaban, de tú a tú, pisando las mismas alfombras de embajada que las élites sociales, culturales, económicas y políticas de ambos países. Eso es hacer activismo.

No desvelamos nada nuevo aquí si decimos que el mundo diplomático tiene una parte muy activa vinculada a ciertos sectores del mundo gay. Una relación que se remonta a muchos años atrás en el tiempo y que, ciertamente, ha podido hacerse mas visible en los últimos años. Tanto que hasta el ministerio de Asuntos Exteriores ha creado #ExteriorEsDiverso para facilitar a las personas LGTBI del mundo diplomático su vida en los países en los que nuestros derechos no están reconocidos. Pero la importancia del ‘legado Sannino’ es precisamente haber dado presencia –y con ello, voz– a esas personas de nuestro colectivo en un mundo en el que eran invisibles, cuando no directamente despreciados.

Lo bueno es que esto no tiene marcha atrás. Vendrán otros embajadores con otras formas de trabajar, y otras prioridades. Pero, contrariamente a lo que cantaba Julio Iglesias, las obras quedan las gentes se van; otros que vienen las continuarán (o no). Pero para muchas personas, la vida no sigue igual. Grazie, Stefano!