Nada como un baile de máscaras para tapar lo que no se puede enseñar. De eso sabe mucho el mundo gay que, en épocas no tan remotas, tenía en las máscaras de los carnavales su mejor aliado. Canarias sabe mucho de ello. Y de eso se sirvió Verdi para surfear las múltiples censuras que tuvo que pasar para poder estrenar este Un ballo in maschera, que ahora llega al Teatro Real. El destino ha querido que ahora –todos, todas y todes– tengamos que ir también con máscaras (mascarillas, claro) a este baile que inaugura la temporada. Todo son símbolos en Verdi.
El tema gay es solo uno de los que el compositor tuvo que censurar para sacar adelante esta obra. No hay nada en el argumento que delate que el protagonista en el que se basa el libreto era homosexual. Bueno, en realidad, no hay nada hasta que, en el último cuadro del tercer acto, es decir al final de la obra, Verdi cuela unas coplillas en la que Óscar, paje del gobernador, canta sobre ‘su jefe’. Sin duda podrían estar en el repertorio de cualquier travesti del LL.
“Saber querrías cómo se viste, cuando esto es algo que él quiere ocultar. Óscar lo sabe, pero no lo dirá. Tra la, la, la, la, la. Mi corazón late, lleno de amor, pero, discreto, guarda el secreto. No me lo sonsacarán ni el rango ni la belleza. Tra la, la, la, la, la”. [traducción de Andrea Bombi del año 2008, para el Teatro Real, del original texto original: Saper vorreste di che si veste, quando l’è cosa ch’ei vuol nascosa. Oscar lo sa,Ma nol dirà. Tra là, là, là, là là. Pieno d’amore, mi balza il cuore. Ma pur discreto. Serba il secreto. Tra là, là, là, là là]
¿Cuál es el secreto (gay) que encierra la obra y que desvelan estas coplillas? Para empezar, el papel de Óscar, paje y ‘hombre de confianza’ de Riccardo –conde de Warwick y gobernador de Boston– es un papel masculino que Verdi compuso para que cantara siempre una mujer con tesitura de soprano. Ni siquiera una mezzo, como ocurre con muchos papeles del barroco que hoy cantan mezzosopranos o contratenores. Y luego está el papel de Riccardo, de tenor, el protagonista. En el Ballo de Verdi se llama Riccardo y es gobernador de Boston, pero está basado en el rey Gustavo III de Suecia, homosexual, que fue asesinado en un baile de máscaras en 1792.
Basado en la ópera Gustave III, ou Le Bal masqué –de Augustin Eugène Scribe, estrenada en París en 1833–, Verdi y su libretista Antonio Somma le pusieron ‘la máscara’ de ser gobernador de Boston (heterosexual) porque la censura napolitana les obligó a ello. Un regicidio no podía ser el tema principal de una ópera en el año en que Napoleón III sufrió un intento de asesinato [París en 1858]. Recordemos que estamos en los previos de la unificación italiana –con los Borbones y los Habsburgo, dinastías ‘no italianas’, enfrentados a los Saboya– y no estaba el horno para bollos. Ni para mariconadas. [Ups, me has pillado: espero que ningún millennial se sienta ofendido por esto].
Finalmente, la obra no pudo estrenarse en el maravilloso Teatro San Carlo de Nápoles, uno de los más bellos del mundo, pese a que la dirección del coliseo quería, a toda costa, apuntarse el tanto de tener una première de ‘un Verdi’ en su escenario. Tal y como indica el crítico musical Enrique de Juan en el magnífico artículo que se incluye en el programa del Teatro Real, la última vez que se representó la obra –en septiembre y octubre de 2008–, el libreto, titulado en un principio Gustavo III, re di Svenza, no era apto para la corte napolitana. El reino de Nápoles estaba en manos españolas, con Fernando II, sobrino de Fernando VII de España, en el trono. El asesinato de un rey no era lo que más gustaba a la corte, en una época tan convulsa en la que las familias reinantes en lo que hoy es Italia se jugaban tanto. Que este rey fuera gay, no nos engañemos, tampoco ayudaba.
Verdi se fue, por ello, a Roma, donde la censura religiosa vaticana era mucho más laxa que la napolitana. Aun así, para poder subirla al escenario del Apollo, Verdi y el autor del libreto, Antonio Somma, tuvieron que renunciar a ambientarla en la corte de Suecia, y la trasladaron a Boston. Pero pudieron mantener a la bruja/adivina negra, sospechosa de dar “consejos inmorales”.
El 17 de febrero de 1859 se levantó el telón. El éxito fue apoteósico, aunque los gritos de “Viva Verdi” fueron otra máscara para tapar el grito que realmente clamaba el pueblo romano: “Viva V.E.R.D.I.” Es decir, “Viva Vittorio Emmanuele, re d’Italia”. Recordemos: eran los años de la unificación. Visconti, en su maravillosa película Senso, lo refleja a la perfección con las octavillas que los monárquicos partidarios de los Saboya lanzan desde los palcos de la Fenice de Venecia, otro de los teatros más bellos del mundo. Ay, ¡cuánto se echa de menos la exquisita y maravillosa perfección viscontiana!
Hoy tenemos que ir al Real con mascarillas. Pero, al contrario de lo que ocurría en los años de Verdi o de Visconti (con esas pasiones desatadas de Alida Balli por Farley Granger), podemos llevar mascarillas con la bandera LGTBI para visibilizar la realidad tanto gay como de cualquiera de las otras siglas. No como el rey Gustavo III de Suecia.
Sin embargo, en las calles (que hoy son las redes sociales), los monárquicos gritan «verde», no Verdi, pero no lo hacen para presumir de ese color. El verde de hoy es V.E.R.D.E., acrónimo de Viva El Rey De España. Tampoco ha cambiado tanto la cosa en algunos aspectos. O sí…
Mientras tanto, ¡que empiece el baile (no solo de máscaras) en el Teatro Real! En plena era del coronavirus, el mundo tiene que seguir girando. Y nosotros bailando, aunque sea con mascarillas, al menos hasta que nos podamos volver a poner el antifaz. “Saber querrías cómo se viste, cuando esto es algo que él quiere ocultar. Óscar lo sabe, pero no lo dirá. Tra la, la, la, la, la. Mi corazón late, lleno de amor, pero, discreto, guarda el secreto…”.
A todo ello se le añade lo que acaba de desvelar Michael Fabiano. El tenor estadounidense es uno de los mejores cantantes verdianos del momento y el encargado de dar vida al protagonista en el primero de los dos repartos que tendrá este título en el Teatro Real. En declaraciones al último número de la revista Ópera Actual ha dicho: «Durante el confinamiento he perdido 20 kilos […] Me he divorciado de mi marido. El proceso de divorcio comenzó hace un año y terminó justo esos meses. Ha sido muy duro. Más duro para mí que la COVID-19″. Sobre cómo un hecho como este puede afectar a la voz, afirma: «Trato de tener siempre a mi lado a la persona apropiada, al equipo apropiado para poder dar lo mejor de mí al público, aunque tenga problemas como me ha ocurrido en los últimos 15 meses con el proceso de divorcio que he vivido».
Ya lo hemos dicho más de una vez en estas páginas: cuanto todo falla, cuando todo va mal, cuando todo son problemas, siempre tenemos a Verdi como aliado: ¡Viva Verdi!