Menudo dúo dinámico forman La Cebolla y Negro Jari. De la noche a la mañana –o mejor, de la cuarentena hasta aquí–, se han convertido en todo un fenómeno popular con su fusión de música urbana y flamenco. Habibi explotó con la llegada de la pandemia, a través de las redes sociales, de una manera muy orgánica. Y la publicación de un remix en el que participan Haze (“es nuestro padrino, un fenómeno”) y La Húngara supuso la confirmación de que lo suyo va en serio.
Acaban de publicar su primer álbum conjunto, Caracas –llamado así porque a la familia de La Cebolla se les conoce como “los Caracas”–, que incluye otro hit inmediato, A lo mío, lo que les ha permitido comenzar su promoción a nivel nacional de una manera que les tiene alucinados. Estuvimos con ellos en su primera visita a Madrid para hablar de su música, y no pueden evitar sentirse abrumados por el interés que han despertado en los medios. “Aún no me lo creo”, dice la jovencísima Cebolla, que tiene solo quince años, aunque aparente algunos más, tanto por su aplomo como por su voz. “Es algo que siempre había soñado”, continúa Negro Jari, de 31 años, que lleva produciendo música desde 2006. “Soy totalmente autodidacta, y me da mucha satisfacción lo que está pasando, ver reconocida mi música. La química entre los dos ha sido explosiva”.
Negro Jari ya había trabajado con familiares de La Cebolla, que pertenece a una familia por cuyas venas corre el arte. “A él le decían que yo canto muy bien, y que tendríamos que grabar algo juntos”, recuerda la joven cantante. Empezaron a grabar canciones sueltas hace un año, y viendo lo bien que se entendían, decidieron grabar todo un álbum, recopilando las que ya tenían y grabando nuevas. “Somos de generaciones diferentes pero nos entendemos muy bien”, dice Negro Jari. “Y ella vive este éxito con total naturalidad”. La Cebolla asiente: “Ni se me ha subido el pavo ni se me subirá”, dice bien seria. “¿Por qué iba a cambiar? ¿Qué necesidad tengo? ¿Por la fama? ¡Qué va! Que entonces me cogerán manía”.
«Somos de generaciones diferentes, pero nos entendemos muy bien»
La Cebolla canta “desde chica”, y siempre ha tenido claro que era a lo que se quería dedicar (“he cantado varias veces en Madrid, pero no me preguntes dónde, no me acuerdo. Si una vez canté delante de la reina y todo, pero tampoco me preguntes dónde…”). No quiero perderla es la primera canción en la que trabajaron juntos. Negro Jari recuerda: “Estaba trabajando con su primo, El Popo, y ella colaboró con nosotros. Aproveché para grabar esa canción solo con ella para probar, y viendo lo bien que funcionó, nos metimos con Habibi”. Lo que más le llamó la atención fue su voz, “muy dulce y a la vez muy de vieja”. Los dos se echan a reír. “También su actitud, porque trabajo con otros muchos artistas de su edad, y no tiene nada que ver. Se lo toma todo muy en serio para lo joven que es”.
El boom de Habibi en las redes sociales les dejó totalmente descolocados. “Esto de que Rosalía la pusiera en su playlist, que Mala Rodríguez o Nyno Vargas hablaran de nosotros, que Paco León grabase un TikTok con ella… Veíamos los números de reproducciones subir y subir y no dábamos crédito”, cuenta Negro Jari. “Cuando me dijo lo de Rosalía, flipé”, añade ella. “Pensaba que era mentira, pero no”, y se echa a reír. Verdad de la buena, que emociona al productor. “Llevo toda la vida trabajando muy duro para conseguir un éxito así, y al final, ha llegado”.
«La música salva vidas, desde luego»
Negro Jari tuvo una juventud conflictiva, y por eso agradece tanto el momento en que se encuentra y ver reconocido su trabajo. Cuando empezó a hacer música estaba trabajando en una pizzería, y a partir de ahí empezó a coger las riendas de su vida. “Hasta los veinte años lo tuve bastante complicado, por el entorno en que me crié y la falta de recursos”, confiesa. “Estuve haciendo ‘travesuras’ que no debía haber hecho, e incluso estuve un año encerrado en un centro de menores. Como lo he canalizado bien, al final todo sirvió para algo… Y la música salva vidas, desde luego”.
La Cebolla escucha el relato de su compañero completamente tranquila, mientras se toma un Cola-Cao. Ella, que proviene del barrio de las Tres Mil Viviendas en Sevilla, entiende perfectamente lo que supone tenerlo complicado para salir adelante. “Me molesta que, por venir de donde vengo, se me juzgue. Porque gente mala hay en todos lados. No es que mi barrio sea de santos, pero tiene sus cosas buenas. Por ejemplo, que siempre estamos unidos ante lo que venga, y siempre hay alegría, a pesar de nuestros problemas. Y si hay tantas movidas es porque mucha gente no tiene la oportunidad de conocer el mundo que hay más allá”.
«El racismo es algo que veo casi a diario, desgraciadamente» (Negro Jari)
Este binomio también visibiliza lo fructífera que puede ser la unión de dos personas muy distintas, no solo de edades diferentes, también de orígenes raciales distintos. Algo que, desgraciadamente, sigue provocando rechazo entre los intolerantes. “Ese retraso no tiene ningún sentido en el siglo XXI”, apunta Negro Jari. “Pero el racismo es algo que veo casi a diario, desgraciadamente. Hace poco, entré en una papelería y un señor mayor, nada más verme entrar, empezó a alabar a Franco al dependiente, intentando crear polémica para ofenderme. No me pude alegrar más de que el dependiente, que además es gay, dijese: ‘Pues la verdad es que Franco se podía haber muerto mucho antes, porque hizo daño a muchas personas’… Qué alegría me dio”.
A lo mío, de hecho, es una canción con la que mucha gente LGTBI se puede identificar, ya que surge el tema del respeto de la individualidad. La Cebolla interviene: “Es que veo cómo se trata a mucha gente en mi barrio y no lo puedo entender. De hecho, a muchos les cuesta salir del armario por eso, y es que ser gitano y gay, por cómo es nuestra cultura, sigue sin ser fácil… Es una pena”. Y celebra que el mensaje de la canción les pueda ayudar. “Porque no tiene que importarles lo que opine la gente por ser como son”.
La Cebolla, cuyo gran ídolo desde siempre ha sido Camarón de la Isla (y que ahora se declara fan de Niña Pastori, Parrita, Rosalía o Karol G), dice que se siente afortunada porque no se ve discriminada como mujer en su entorno. Y asegura que no se para a pensar qué puede depararle el futuro. “Disfruto el momento, y vivo”, dice. Sí tiene muy claro para qué quiere utilizar el éxito, si continúa. “Para sacar adelante a mi familia, esa es mi meta, y la tengo que conseguir cueste lo que cueste”.
FOTOS: GONZA GALLEGO