Turandot es una princesa china que tiene el corazón de hielo, y el príncipe desconocido tiene que conseguir derribar todas las barreras para lograr que se deshiele y así logre aprender a amar. Esta ópera póstuma y post verista de Puccini es una de las más conocidas del repertorio y sinónimo, siempre, de éxito absoluto.
El director de escena, escenógrafo e iluminador Robert Wilson apuesta por que su característica y mágica luz llegue no solo al corazón de ‘la princesa de hielo’, sino que atraviese también el de los espectadores con una puesta en escena ‘minimalísticamente espectacular’. Y a su manera lo consigue, tal y como ya habíamos comprobado cuando se estrenó esta entonces nueva producción el Teatro Real en 2018 (en coproducción con el Teatro Nacional de Lituania, la Canadian Opera Company de Toronto, la Houston Grand Opera y la Opéra national de Paris).
Pese a que en principio podría parecer imposible, esta imponente y rotunda partitura chinesca marida muy bien con esa estética tan Wilson que marcó un antes y un después en el teatro y la ópera a partir de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Su lenta cadencia –insistimos, marca Wilson– es buena compañera de viaje para poder disfrutar, segundo a segundo, de esta maravillosa música que Puccini no pudo terminar antes de morir. Recordemos que, a partir de la muerte de Liù, la partitura ya no es suya, y que –tal y como destacaba el recientemente fallecido Roger Alier en su imprescindible Guía universal de la ópera– en su estreno en La Scala en 1926, Arturo Toscanini paró a la orquesta justo cuando se terminaba ‘la parte auténtica’ y no se tocó el final que Franco Alfano compuso tras fallecer el compositor.
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Pero volvamos a lo que hemos escuchado en este estreno de Turandot que cierra la temporada del Teatro Real. Esta lenta cadencia del regista estadounidense rema a favor de la música de Puccini cuando cuando esos cañones de luz que han tomado el Palco Real –esto es literal– alumbran voces como la de Anna Pirozzi (la princesa Turandot). El hielo de la sala se había comenzado a derretir, en parte, con el famoso Signore, ascolta de Salome Jicia (Liù). Pero solo en parte. Fue el aria de Turandot del acto II (In questa reggia) la que elevó la temperatura para comenzar el verdadero deshielo en el patio de butacas. Un deshielo intermitente a lo largo de la noche.
Jorge de León (Príncipe Calaf) y Adam Palka (Timur) fueron los encargados del resto de los roles principales en este reparto de estreno, el primero de los tres que hay en las diecisiete funciones que hay programadas hasta el 22 de julio. Una faena este triple cast, porque hay que hacer encaje de bolillos para poder escuchar a las no menos espléndidas Saioa Hernández (Turandot), Ruth Iniesta (Liù) o el siempre espléndido Michael Fabiano (que promete un gran Calaf) que se reparten entre los tres elencos. Nessum dorma, que nadie duerma.
Muy aplaudidos fueron Germán Olvera, Moisés Marín, Mikeldi Atxalandabaso en los lucidos papeles de Ping, Pang y Pong, quizá los más golosos de la ópera. Gerardo Bullón dio vida al Mandarín. En los saludos finales de esta Turandot –que es un derroche de kilovatios y decibelios– en la que hubo cierta división de opiniones, la Pirozzi se llevó la gran ovación de la noche. Esa fue unánime.
Nicola Luisotti vuelve al foso del Real y dirige sabiamente, como siempre –y como también hizo en el estreno de esta producción en 2018–, a la Orquesta Titular (la Orquesta Sinfónica de Madrid) que, al igual que el Coro Intermezzo (titular también del Real), volvieron demostrar el nivel de los cuerpos estables de nuestro coliseo. Y eso, en el patio de butacas, se nota siempre. Da gusto comprobar cómo el público del Real quiere a su coro y a su orquesta. Un orgullo.