Hace setenta años, el Teatro de la Scala inauguraba la temporada 1953/1954 con Medea (Medée), de Luigi Cherbubini. Una ópera casi olvidada que Maria Callas se había empeñado en recuperar para incorporar a su repertorio. Hoy, el Teatro Real levanta el telón (en sentido metafórico, pues uno entra ya en la sala a escenario abierto y con los hijos de Medea y Jasón en escena) de la temporada 2023/2024 con esta ópera, que sigue siendo una rara avis, una obra muy poco conocida, sobre todo en esta versión que recupera la original francesa. Con once funciones y dos repartos (con tres sopranos en el complicadísimo rol titular) que están dedicadas, precisamente, a la diva entre las divas. Se podrán ver hasta el 4 de octubre.
El Real tenía una asignatura pendiente, que era comenzar la temporada con una producción propia y de estreno. Hasta ahora se recurría a alguna de alquiler, generalmente a alguna regia de referencia internacional. Esa asignatura ya la ha aprobado, y con muy alta nota, con esta impactante puesta en escena de Paco Azorín, que nos desciende a los infiernos, en concreto al infierno de Dante, mediante un imponente ascensor industrial. Una apuesta que descoloca por la cantidad propuestas que se plantean en escena, pero con muchas ideas muy buenas, y muchas de ellas muy bien desarrolladas con un efecto dramático sobrecogedor.
Remó muy a favor desde el foso Ivor Bolton, director musical de la casa y especialista en este repertorio. Los bravos a la Orquesta Titular del Teatro Real comenzaron desde el mismo descanso. Fueron muy merecidos. Con los reyes Felipe y Letizia un año más en el palco real (una tradición que da el prestigio y la relevancia, a todos los niveles, que tiene que tener el comienzo de la temporada), el principal coliseo operístico de España se consolida ya como todo un referente a nivel mundial. En esta ocasión, además, se inauguraba la nueva decoración del techo de la sala, unas proyecciones del cielo de Madrid de Jaume Plensa, que sirven para ‘arropar’ a la imponente lámpara de cristales de la Real Fábrica de La Granja de la sala principal, hasta ahora desnuda en medio de un azul demasiado desangelado.
La soprano Maria Agresta (Medea), la mezzo Nancy Fabiola Herrera (Neris) y la actriz Verónica Moreno en un momento de Medea. [Fotos: Javier del Real]
Medea es nombre de mujer, y en la noche del estreno fueron tres las mujeres que brillaron con voz propia. La soprano italiana Maria Agresta, en el rol titular, regresó a lo grande al Real, donde ya ha cantado Norma, Trovatore, Don Carlo y Tosca. Y volvió a enamorar con este personaje inclasificable, desgarrador y de leyenda. La estupenda mezzo canaria Nancy Fabiola Herrera bordó su papel de Néris, la confidente de Medea, y quizá el único papel ‘amable’ de esta ópera. Su aria del segundo acto fue una delicia, como lo fue ella durante toda la obra. Y la tercera del triunvirato fue Sara Blanch (que ya nos deslumbró en Il turco in Italia del pasado mes de junio ) como Dirce, la hija del rey Creón. La soprano catalana tiene todo lo que hay que tener para convertirse en una grande.
Enea Scala como Jasón, el hombre que ha traicionado a Medea y se casa con Dirce, al lado de estas tres monstruos quedó descafeinado. El bajo Jongmin Park dio voz y vida a un estupendo Creonte. El siempre estupendo Coro Titular del Teatro Real, el Coro Intermezzo, a las órdenes de Jose Luis Basso, que debutaba como director tras la gran labor de Andrés Máspero, estuvo, una vez más, soberbio. Saioa Hernández, que fue portada de Shangay el pasado mes de agosto precisamente para hablarnos de esta Medea en el Teatro Real, encabeza el segundo de los cast, del que ya contaremos todo cuando se estrene.
Maria Callas fue Medea no solo en las tablas de algunos de los coliseos operísticos más importantes del mundo, sino también en la película de Pasolini, su única aventura cinematográfica. Un papel que la coronó como lo que hoy podríamos definir como uno de los iconos LGTBI por excelencia, lo que antes era una musa gay, o un referente lésbico también en su caso con este personaje. Hoy esos términos, casi en desuso, se han ampliado a todas las siglas.
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Medea mata a sus hijos, y este filicidio es fruto de la violencia y el odio que se tienen sus padres. Una terrible historia que dio nombre al ‘síndrome de Medea’, y que hoy se conoce como violencia vicaria sin la necesidad de que esta llegue a la barbaridad del infanticidio. Por otro lado, vivimos unos tiempos en los que la actualidad corre el riesgo de quedarse en el titular impuesto por la inmediatez y la rapidez que requieren los nuevos canales de comunicación, en la mayoría de las ocasiones movidos únicamente por la dictadura del clickbait, que tan poco margen deja a la reflexión serena.
Ese rápido titular impide un análisis más profundo, reposado y comprometido de las cosas y las situaciones. Es por ello por lo que los medios de comunicación y/o expresión artística ‘tradicionales’– y la ópera es uno de ellos– pueden (¿deben?) focalizarse en ocupar ese espacio que la tiranía de la urgencia deja desierto. Esta temporada del Real se centra, en parte, en ello, y el Rigoletto de diciembre promete dar muchas sorpresas (o sustos) en ese terreno. Esta brutal y durísima función de Medea es el mejor ‘aperitivo’.
Un decorado de veintiséis metros de altura (lo que vendría a ser un edificio de de seis pisos), nos lleva, como hemos dicho, al infierno de Dante. Los personajes, incluyendo las furias (interpretadas por practicantes de parkour ) bajan a ese infierno en el que dos padres movidos por la ambición y el poder meten a sus hijos. Poco ha cambiado este terrible tema en los más de veinte siglos que han transcurrido desde que Eurípides escribió su tragedia hasta hoy.
Y es en eso en lo que hace hincapié Azorín con una serie de pantallas en las que nos recuerda cuáles son los derechos fundamentales del niño, según UNICEF, o que la Organización Mundial de la Salud denuncia que hay 40.150 niños asesinados por sus padres o cuidadores al año. Datos terribles, sin duda, pero que lastran una apuesta escénica con momentos brillantes a nivel teatral y que redondean la gran noche musical que vivimos.
Por otro lado, el crossover temporal y estético –que va desde ese prólogo previo a la obertura en la Grecia clásica, con el vellocino de oro que Medea con sus artes truculentas consigue para su amado Jasón, hasta el Corinto actual, con los hijos poligoneros y los sacerdotes ortodoxos– requiere de pantallas explicativas de la acción que se está contando en escena. El resultado final es una apuesta impactante, perfecta para una obra tan terriblemente dura como esta, pero que en momentos da la sensación de perderse entre tantas cosas que se quieren contar al margen de la trama principal.
Plano general del espectacular montaje con con Maria Agresta (Medea), Nancy Fabiola Herrera (Neris), Jongmin Park (Creonte) y el Coro Titular del Teatro Real más el Coro Intermezzo.
La Medea de la Callas era la adaptación en italiano de esta obra de Cherubini, estrenada en francés en París en 1797 con los diálogos característicos de la época y que ha tenido una azarosa historia. En 1802 se tradujo al italiano para su estreno en Viena, en una versión mucho más corta que posteriormente, en 1845, fue también traducida al alemán, idioma con el que la ópera consiguió cierta fama en Centroeuropa tras el olvido parisino y austriaco, pese a perder el espíritu original de la obra. Espíritu que se perdió aún más en la mencionada versión de la Callas en la Scala de 1953, que era una mezcla de la italiana y la alemana hecha según fueron evolucionaron los gustos a lo largo de los dos siglos que han ido transcurriendo desde su estreno. Y ese espíritu original es el que ahora se recupera en esta première del Real, con una una partitura inédita, que incluye esos recitativos perdidos, y que el musicólogo y director Alan Curtis ha recuperado a partir de los textos originales hablados originales, emulando el estilo de Luigi Cherubini, que conocía en profundidad. Es la obra cien por cien cantada que el compositor hubiera querido estrenar y no pudo. Las normas de la época reservaban ese privilegio a la Ópera de París, y Medée vio la luz en el Thèâtre Feydeau.
El Real comienza este más que interesante curso 23/24 con una apuesta arriesgada, necesaria, incluso imprescindible para un teatro como de su categoría. La noche del estreno se saldó con un apabullante éxito en la parte musical. Los tibios abucheos a la escena (algo habitual por otro lado) no lograron eclipsar una grandísima noche de ópera.