Pero, ¿es qué nadie va a homenajear a Carmen Alborch?

Estamos tan ocupados en lo (supuestamente) urgente, que a veces (demasiadas) terminamos olvidándonos de lo importante.

Pero, ¿es qué nadie va a homenajear a Carmen Alborch?
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

6 noviembre, 2018
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Murió el pasado 24 de octubre y nada. Ni un solo homenaje oficial, de sus compañeros de partido, correligionarios y (o) adversarios políticos. Solo palabras a ‘golpe de alcahofa’ de reportero a pie de calle, o algún que otro (y obvio) mensaje de red social. Solo sus amigas periodistas (así, en femenino, aunque haya algún que otro hombre, a los que, seguro, no les importa estar bajo ese género) han resaltado la importancia de Carmen Alborch en la vida pública española.



Resulta extraño. No era periodista. Por ello resulta extraño que un gremio al que ella no pertenecía sea, por ahora, el único en recordarla. Carmen Alborch fue una mujer de la cultura, que tuvo mucho protagonismo político, y luego se volcó en la escritura. Y sí, muchas de sus amigas eran del gremio de los plumillas. Y han sido precisamente ellas –que podrían definirse como una especie de representantes de un entonces muy necesario ‘feminismo chic’– quienes han contado, en sus respectivos medios, sus vivencias personales con la mujer que revolucionó el mundo de la cultura en 1993, cuando Felipe González la nombró ministra del ramo tras su brillante labor al frente del IVAM [Instituto Valenciano de Arte Moderno].

Ella, que había sido decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia, sabía cómo había que dar clases. Sabía cómo enseñar. Y vaya si lo hizo. Al margen de su gestión política que, como todas, puede ser objeto de discusión, lo que no admite lugar a la más mínima duda es su buen hacer. Su clase y su estilo. Tampoco hay duda de su talla como política. Ni como mujer, porque ella, ante todo, era feminista. Y siempre lo reivindicó. Hasta su muerte. Y, como feminista, siempre estuvo muy vinculada al colectivo LGTBI, desde mucho antes, incluso, de que se denominara así, con estas siglas.

Melómana, gran aficionada a la ópera, fue la encargada de dar los últimos empujones a las (penosas y polémicas) gestiones de reapertura del Teatro Real, con miles de problemas, retrasos e indecentes desmadres de presupuestos.

No pudo inaugurarlo porque el cambio de Gobierno la apartó del ministerio. Pero ello no impidió que siguiera vinculada al teatro, y fue miembro de su patronato hasta el mismo día de su muerte. Su mundo era ese, el de la cultura.

La moda era otra de sus pasiones. Fue, quizás, la encargada de dar un poco de glamour al Congreso. Y era muy necesario. Las crónicas de estos últimos días (de nuevo, los periodistas, como Paloma Barrientos en Vanitatis) han resaltado que fue ella quien puso de moda a Issey Miyake en España. Pero no por ello dejó de lado a la moda española. Conocedora del poder de la imagen, supo usar la suya, que era espléndida, para conseguir sus objetivos.

Lejos del ‘postureo instagramero’ o tuitero al que hoy estamos acostumbrados, en el que muchas veces no hay nada tras la fachada, la trastienda de Carmen Alborch era tremenda. Sus años de profesora universitaria y su labor el IVAM le dieron una experiencia que la pusieron al frente del Ministerio de Cultura. Es cierto que eran otros años. Una época de esplendor, de dinero y de grandes fastos. Un momento dorado para la cultura en el que el Gobierno socialista apostó por ella y no escatimaba en gastos. Un periodo de fuegos de artificio, sí. Pero ella, como buena valenciana, supo organizar la mascletá a un ritmo perfecto, armonioso. Y esa música suya hoy sigue sonando.

Pero, ¿es qué nadie va a homenajear a Carmen Alborch?

Pero si le hubieran tocado los años de las vacas flacas, seguro, lo hubiera hecho igual de bien. Ha pasado mucho tiempo de su etapa en la primera línea de la política. Volcada, tras esos años, en la escritura y en sus aficiones, como la ópera, hoy parece que solo la recuerdan sus amigas periodistas. La lección de Carmen tituló Elvira Lindo su columna en El País. Otras, como Carmen Rigalt, en ‘la contra’ de El Mundo, han desvelado cómo eran sus cenas de amigas con ese grupo de periodistas que, como ya hemos apuntado, podrían ser las representantes del ‘feminismo chic’ que, no lo olvidemos, es igual de importante que el no chic. La Rigalt, Mariví Fernández-PalacioRosana Torres, Geles Arnedo, Margarita Kramer… Ellas han sido, por ahora, las únicas que la han recordado tras su triste muerte.

Personalmente, nunca la traté ni fui su amigo. Como periodista, salvo las veces que nos veíamos en el Real y charlábamos, no hubo otra relación. Uno de esos días me acerqué a saludarla y le dije: “Mi novio y yo no paramos de discutir por ti. Él te valora y admira mucho, pero yo no estoy muy de acuerdo con la gestión y siempre terminamos a la greña”. Su reacción no pudo ser más ideal: “Pues nada hay que discutir, ¡y menos por mí! Además, lo mejor en la vida es tener varios puntos de vista, es lo más enriquecedor”.

Soy periodista, pero no fui nunca su amigo. Por ello no puedo contar, como el resto, momentos personales. Solo puedo pedir, como plumilla, desde este humilde medio, un deseo: Y el homenaje… ¿pa’ cuando?

Estamos tan ocupados en lo (supuestamente) urgente, que a veces (demasiadas) terminamos olvidándonos de lo importante. Y eso no está bien. Carmen Alborch hizo mucho por la cultura y por la clase política de este país. Y, por ahora, la política de hoy parece no tener la clase necesaria para recordarla.

Cuando se pierden las formas y la clase, se pierde todo. Ella, de eso, sabía bastante. ¿Es que nadie va a homenajear a Carmen Alborch?

 

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