È sogno? o realtà…, canta Ford cuando le comen los celos en el segundo acto. No es reto fácil poner en escena Falstaff, la última ópera de Verdi y la menos verdiana del compositor de Busseto. Este que vemos en el escenario del Real no es un sueño: es una maravillosa realidad.
Verdi es uno de los nombres con mayúscula de la historia de la lírica, y cerró su carrera poniendo música a esta frase: tutto e burla. Así termina esta obra. No sabemos si era una declaración de intenciones. Pero lo que es un hecho irrefutable es que, burla o no, gracias a él tenemos algunas de la mejores páginas de la historia de la ópera. Y este Falstaff es todo menos una burla.
Es la menos verdiana de las óperas de Verdi porque no tiene nada que ver en estructura con todo lo anterior suyo. O al menos aparentemente. Por ello es tan difícil de montar. O mejor dicho, tan difícil que un montaje de esta obra funcione bien. Ello no ha impedido que este personaje haya sido icónico para algunos de los mejores barítonos de la historia, desde Fischer-Dieskau hasta Carlos Álvarez, pasando por Leo Nucci o Bryan Terfel. Este que se estrena en el Real es, sencillamente, perfecto.
Laurent Pelly es uno de los mejores directores de escena del momento. Quizá, junto a Robert Carsen, el más interesante. Y mucho tienen en común la visión que el primero da a esta obra –basada en Las alegres comadres de Windsor de Shakespeare– con la que propuso el segundo en su producción de hace unos años para el Covent Garden londinense y La Scala de Milán: ambas tienen una estética muy años cincuenta y dan un toque ‘retro chic’ a esta commedia lirica en tres actos. Pero la de Pelly funciona aún mucho mejor.
Para hacer un buen Falstaff, lo primero que se necesita es, precisamente, un buen Falstaff. Roberto de Candia lo es: rotundo y con gran presencia escénica. Le secundan muy bien todos los demás. Desde una estupenda Alice (con un look a caballo entre una comedia de Doris Day y Paquita Salas) cantada (e interpretada, luego tocaremos ese tema) por Rebecca Evans. Poco se puede decir que no se sepa de Daniela Barcellona (Mistress Quicky). Joel Prieto (Fenton) hace una estupenda pareja con Ruth Iniesta (Nanetta), Christophe Mortagne (Dr. Caius), Mikeldi Atxalandabaso (Bardolfo), Valeriano Lanchas (Pistola)… Un sólido y compacto reparto que es otra de las claves para que la cosa fluya con coherencia y armonía. Vamos, para que funcione.
Luego está, por un lado, la Sinfónica de Madrid. Daniele Rustioni disfruta con el sonido que la Orquesta Titular del Real saca de la obra. No es para menos. En el patio de butacas también disfrutamos. Y mucho. Por el otro, el coro, que tiene un breve pero difícil papel. Una vez más, el Coro del Teatro Real vuelve a demostrar su versatilidad y lo bien encaminado que está a las órdenes del maestro Máspero. La escena final es sublime.
Pero todo esto sería un Falstaff más si no estuviera coordinado por la mano de Lauent Pelly. En el Real ya conocíamos su multiviajada Fille du Regiment que, tras su estreno en el Covent Garden, es ya uno de los manuales de cómo montar (bien) una ópera del XIX en el XXI. Igual que el Elisir d’amore que ideó al año siguiente en el mismo teatro londinense. En Madrid también había montado Hansel y Gretel y El gallo de oro. Pero esto es un paso más. E importante.
En esta ópera es fundamental sacar todo el potencial interpretativo a los cantantes para que se sostenga. Y el director parisino se ha debido entregar a fondo con todos y cada uno de ellos, aquí, también, grandes actores. Todo funciona a la perfección en el montaje, desde el comienzo en una Taberna de La Jarretera mínima en el inmenso escenario, que se convierte, luego, en una especie de 13 Rue del Percebe, hasta esa final del tercer acto en el bosque. El primer cuadro del segundo acto –también en la Taberna de La Jarretera– es un ejemplo del mejor teatro del bueno.
È sogno o realtà? Canta Ford. Lo mismo nos preguntamos en el patio de butacas. Pues estamos de suerte: es realidad. Sí, es una suerte que este Falstaff se haya estrenado en Madrid antes de viajar a Bruselas, Burdeos o Tokio, que lo coproducen. Si tutto e burla de esta manera, nos gusta que nos tomen el pelo. Pero solo si nos lo toman así.