Era mucho más que una socialité. Pitita Ridruejo era un icono. Y un icono que sobrevivió a la movida y a la postmovida madrileña. Su cardado característico le dio un plus a su imagen con la nadie ha podido competir. Hoy a muerto a los 88 en su palacete del centro de Madrid, justo detrás de la Gran Vía. Por su casa pasaron desde Paco Umbral hasta Alaska y Mario Vaquerizo, grandes amigos suyos.
Perteneciente al mundo de la alta sociedad desde que nació en Madrid en 1930 en el seno de una familia soriana vinculada al mundo de la burguesía (a través de la banca) y al de la aristocracia, su vida fue mucho más de lo que se esperaba e ella. Por su matrimonio con el diplomático Mike Stialianopoulous, viajó por todo el mundo y conoció a personalidades de todo tipo, desde Isabel II de Inglaterra hasta Andy Warhol, pues era una de las incondicionales de la Factory durante los años en los que vivió en Nueva York. Ya en su vuelta a Madrid, Francisco Umbral la convirtió en su musa. Pero, antes, durante sus años en Italia, el mismísimo Fellini había hecho lo mismo, y la convirtió en Maria Callas en la mítica película Roma.
Su palacete en la calle de la Bola, en pleno centro de Madrid, no era una casa de la burguesía al uso. Estar entre esas paredes –donde recibía a los periodistas con un glamour y savoir faire nada habituales– era maravilloso. Sentarse en esos salones, aún más. Además, su visiones marianas (Pitita aseguraba que se le aparecía la Virgen y escribió libros sobre el tema) le dieron un plus de misterio y frikismo que hizo de ella uno de los personajes más fascinantes de las revistas del corazón de la segunda mitad del siglo XX.
Su fuerza era tal que acuñó el término «ser una pitita», es decir, ser una señora bien, educada, de alta alcurnia, pero de las que no se quedan en casa recibiendo a sus semejantes, sino de las que salen y alternan por las calles y los mejores (en su caso también los peores) salones de Madrid.
Con su muerte perdemos un icono de la prensa del corazón que ha marcado una época. No todos los palacios de la alta sociedad pueden presumir de tener entre sus paredes recuerdos de Fellini, Warhol, Umbral o Dalí, que fue también gran amigo suyo desde que se cruzó con ella en un hotel y, maravillado al verla, quiso retratarla… Su diseñador de cabecera fue siempre Elio Bernhayer. Alaska fue, como decimos, otro de los personajes que cayó en sus redes. La cantante sentía admiración por ella.
España pierde a uno de sus personajes más carismáticos y fascinantes. Pero ‘las pititas’ no morirán nunca. Aunque es difícil llegar a su altura. Pocas personas pueden decir que han pasado un fin de semana en el Palacio de Windsor con Isabel II, merendado con Alaska y Mario Vaquerizo en los ya desparecidas cafeterías de la Gran Vía o sido musa de los relatos de Umbral. Hay que ser muy ‘pitita’ para ello. Por eso, ella siempre será nuestra Pitita. Descanse en paz.