En estos tiempos, en que, desgraciadamente, los que los derechos individuales se ven amenazados de nuevo por el auge de una ideología de ultraderecha fundamentada en el odio, es inevitable recordar a aquellos y aquellas que alzaron la voz por primera vez, en The Stonewall Inn, el bar de Nueva York que se ha convertido en icono de nuestra lucha.
Fueron muchos los valientes que pusieron la primera piedra de un difícil camino que seguimos recorriendo, y en el que no podemos dar ni un paso atrás. Si en 2020, en muchos lugares del mundo las personas del colectivo LGTBI podemos casarnos, tener hijos, amar con libertad, tener un trabajo digno y defender nuestras libertades amparados por la ley, es gracias a personas que, hace más de cincuenta años, plantaron cara a la autoridad represora, un hecho que cambió para siempre la historia de la sociedad mundial.
Era verano de 1969. En Nueva York se vivía un clima de represión contra la comunidad LGTBI –siglas que entonces no existían y eran, despectivamente, gays, lesbianas, travestis y transexuales– con persecuciones y redadas constantes en diferentes lugares de encuentro para el colectivo, entonces no organizado.
Las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo eran ilegales en todo el país (excepto, curiosamente, en el estado de Illinois); salir del armario públicamente suponía cerrarse la puerta de numerosos puestos de trabajo; miles de personas eran arrestadas por lo que en ese momento se consideraba “crímenes contra la naturaleza”, prostitución o comportamiento lascivo. Una situación insostenible que amenazaba con estallar en cualquier momento.
Y llegó la chispa que hizo arder toda la rabia acumulada. Fue en la noche del viernes 27 al sábado 28 de junio, alrededor de la una de la madrugada. La policía acudió por segunda vez esa semana al Stonewall Inn, un refugio para gays, lesbianas, drags, trans y toda aquella persona que quisiera expresarse y mostrarse como era.
Casualidad o no, sucedió justo el mismo día en que se había celebrado el funeral de Judy Garland, que ya era un icono de libertad para muchos. Lo que podría haber acabado como otra redada más, con algunos heridos y bocas silenciadas, esa noche dio lugar al inicio de un importante cambio. Los agentes accedieron al bar, y con las luces encendidas y la música apagada comenzaron a identificar a cada uno de los clientes del local, hasta que una drag fue agredida por la policía.
Fue entonces cuando se tiró la primera moneda. Esa fue la primera reacción, aquellos jóvenes comenzaron a tirar monedas a la policía. Armas que pasaron a ser piedras y botellas cuando la situación se volvió más tensa y violenta. La balanza de esta ‘pequeña batalla’ –que medio siglo más tarde aún se recuerda– se inclinó hacia el lado del colectivo. Y de pronto cambiaron las tornas. Los agentes se refugiaron entre las paredes del Stonewall Inn mientras que las numerosas personas sedientas de libertad fueron aumentando su número a las puertas de este hoy santuario, ubicado en el Greenwich Village de Manhattan.
Fueron cientos de personas a las que las nuevas generaciones tenemos mucho que agradecer. Rostros que, lejos de buscar un lugar en los libros de historia, solo pretendían luchar por un mundo mejor, en el que la diferencia pudiera ser una virtud, no un motivo para señalar y discriminar. Por eso, algunos de ellos se han convertido en héroes y heroínas para la comunidad LGTBI.
Es el caso de las impulsoras de las revueltas Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera. Las dos activistas se convirtieron en cabezas visibles de este movimiento revolucionario. Su reacción ante la intimidación de los agentes jugó un papel importante esa madrugada, y les valió liderar la marcha contra las continuas redadas policiales. Ambas cofundaron la organización STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries), que ayudaba a jóvenes drags sin hogar y a mujeres trans negras.
Una labor que será reconocida con un monumento que verá la luz en 2021; será el primero en todo el mundo dedicado a la comunidad trans, estará ubicado en los aledaños del Stonewall Inn y reconocerá la lucha de estas mujeres por el movimiento LGTBI.
En la crónica de estas revueltas también se puede encontrar el nombre de Mark Segal. Este joven activista lanzó un importante mensaje aquella noche. Una hora después del inicio de los enfrentamientos con la policía, un chico de Filadelfia –que tan solo llevaba unas semanas en Nueva York– tomó una tiza y escribió en el asfalto y en una de las paredes de la calle una llamada a la acción: “Tomorrow night, Stonewall” (Mañana por la noche en Stonewall).
Ese sencillo gesto fue el inicio de un nuevo tiempo para la comunidad LGTBI. Gracias a esa tiza, la multitud aumentó su número al día siguiente. Pero también continuó la respuesta policial. Por suerte, la violencia y el miedo de esos días se fueron rebajando, dando lugar a actos reivindicativos más tranquilos. Un mes después, cientos de personas recorrieron por primera vez las calles de la ciudad a grito de “Gay Power!”, un acto en el que evitaron cualquier tipo de acto violento y que sirvió de precedente de la primera marcha del Orgullo LGTBI como hoy lo conocemos.
Exactamente un año después de lo ocurrido en Stonewall, tuvo lugar el primer Pride de Nueva York, al que llamaron ‘Día de la Liberación de Christopher Street’ –calle en la que aún hoy continúa el mítico bar–, una manifestación por los derechos del colectivo en la que las cifras de los participantes varían entre las 3.000 y 15.000 personas, según las fuentes. Una jornada pacífica que pronto se repitió en otras grandes ciudades de Estados Unidos, y que terminó cruzando el charco hasta Europa, a Londres en 1972.
Esa ola de libertad tardaría aún algunos años en llegar a nuestro país. Pero lo que muchos no saben es que aquí también tuvimos un pequeño Stonewall, y fue en Torremolinos. Gracias al impulso del turismo, la localidad malagueña se había ido convirtiendo en una cuna para la libertad sexual y la tolerancia en Europa, un espíritu que favoreció en los años 60 el auge de locales en los que se reunía el colectivo LGTBI.
Muchos de ellos se encontraban en el Pasaje Begoña, donde tuvo lugar uno de los ataques contra la libertad sexual más graves del siglo XX. El 24 de junio de 1971, una redada llevada a cabo por la policía franquista acabó con más de 300 personas detenidas. El ataque continuó con el cierre de numerosos locales y la imposición de graves multas a sus propietarios. Un duro golpe en una España que pedía a gritos el fin de una opresora dictadura y su apertura al mundo. Y ese momento llegó con la muerte de Franco.
Con la celebración de las primeras elecciones democráticas, el país pasó, poco a poco pero sin pausa, del gris al color. Y en 1977, Barcelona fue la primera ciudad de España en convocar una manifestación por los derechos y libertades de los homosexuales, pues las siglas LGTBI seguían sin existir.
Gays, lesbianas, transexuales y travestis (algunos y algunas activistas en la sombra) salieron a Las Ramblas el 26 de junio para reclamar que la homosexualidad no estuviera penalizada por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, heredada del franquismo. Una ley que condenaba al colectivo con internamiento, multa, prohibición de residencia y sumisión de vigilancia.
A pesar de la violenta represión policial en aquella primera marcha, Madrid no dudó en seguir los pasos de la Ciudad Condal y al año siguiente, el 25 de junio de 1978, sus calles vieron cómo entre 7.000 y 10.000 personas –según los cálculos de la época, y con gran presencia de mujeres feministas, sindicalistas, gays, lesbianas y trans– se reunieron como sus ‘hermanos barceloneses’ para poner fin a años de discriminación. Y sin ellos saberlo, sentaron los cimientos del gran referente mundial que es el actual MADO, el Orgullo LGTBI de Madrid.
Estas marchas no fueron en vano, y el 11 de enero de 1979 el BOE publicó la modificación de la mencionada Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, excluyendo de esta la homosexualidad. A este logro siguió la amnistía para los encarcelados en 1981, y más tarde, la derogación del delito de escándalo público referido a relaciones entre personas del mismo sexo, en 1988.
A estos importantes pasos siguieron años de activismo político. Un lucha a la que, posteriormente, se sumaría el componente lúdico, social y festivo. Fue en la marcha de Madrid de 1996 cuando la pionera carroza de Shangay –patrocinada por la película francesa Todos están locas– acompañó a los varios miles de personas que participaron en el primer Orgullo organizado conjuntamente por asociaciones y empresarios LGTBI. Una estructura reivindicativa y lúdica que se ha convertido en la seña de identidad de este día en todo el mundo.
Desde entonces, el Orgullo de la capital no ha dejado de crecer hasta convertirse en la mayor fiesta de la ciudad. Madrid ha sido sede del EuroPride en 2007, del WorldPride en 2017 y reconocido como el Mejor evento gay del mundo por los Tripout Gay Travel Awards en dos ocasiones. Un símbolo de cambio, libertad y respeto que, a pesar de lo que algunos puedan desear, es inamovible.
Lo que sucedería unos años después es de sobra conocido por todos. En 2005, el gobierno del PSOE, gracias a la labor de nuestro añorado Pedro Zerolo y a su aliado José Luis Rodríguez Zapatero, marcó un hito convirtiendo a España en el tercer país –por detrás de Holanda y Bélgica– en reconocer el derecho de las parejas homosexuales a contraer matrimonio, y el primero en otorgarles los mismos derechos que a las parejas formadas por un hombre y una mujer.
Toda esta herencia de los y las valientes que se atrevieron a salir a la calle podría pender de un hilo. Los derechos conseguidos por aquellos primeros jóvenes que, aterrados, pelearon, gritaron y reclamaron su libertad para vivir, trabajar y amar, están ahora en tela de juicio por el auge de una ideología represora e intolerante que, lejos de acobardar al colectivo LGTBI, solo aumenta su voz y aviva sus colores.
Es momento de homenajear a aquellas personas que se enfrentaron a la policía en Stonewall, a las que exigieron una transformación social en la Barcelona de los primeros años de la transición, o a aquellas primeras personas, políticos y asociaciones que hicieron de estas manifestaciones en Madrid una fiesta para todos, todas y todes, sin importar género, orientación sexual, nacionalidad o creencia.
Este camino solo tiene una dirección, y es hacia delante. Las barreras que vayan apareciendo se batallarán, y al igual que lo conseguido hace cincuenta años por el joven Mark Segal cuando escribió con tiza una llamada a continuar la lucha, cada vez seremos más los que nos unamos para apostar por una sociedad mejor.