'Il turco in Italia': el bel canto regresa a lo grande (como fotonovela) al Teatro Real

Temas: Crítica, Madrid, Ópera, Teatro, Teatro Real

Una jovencísima Sara Blanch, que protagonizaba el segundo de los tres elencos, saltó al primero y enamoró a la sala con su Fiorilla, divertida, vibrante, descarada y fresca. Pero, sobre todo, muy bien cantada. Il turco in Italia subió al escenario del Real en una divertidísima producción de Laurent Pelly, un regista más que querido en la casa. No es para menos: todas las producciones suyas que hemos visto aquí son, sencillamente, soberbias: La fille du régiment, Hänsel y Gretel, El gallo de oro, Falstaff, y Viva la mamma!

«Tú para mí eres la estrella. Un corazón, a todo color. Nuestra vida, como una dulce mentira. Cuentos tiernos, inventos que inventas tú. Vuela, con tu fotonovela; vuela, mujer fotonovela…», cantaba Iván en ese hitazo que anima cualquier fiesta que se precie. Y eso es lo que ha hecho este director de escena francés: convertir este drama bufo del compositor de Pésaro en una fotonovela. Pero en una fotonovela muy divertida. Todos volamos con esta ‘mujer fotonovela’; todos volamos con toda la esta (hilarante) fotonovela belcantista, ambientada en esta producción en los años cuarenta del siglo XX.

Como decimos, Lisette Oropesa era la encargada de dar vida a la pícara Fiorilla en la función de estreno. Pero una afección gripal la obligó a cancelar, aunque tiene previsto incorporarse en las próximas noches. Por ello fue una estupenda, soberbia, Sara Blanch, soprano catalana que saltó al primero de los repartos, quien nos enamoró desde que comenzó a cantar el archifamoso Non si dà follia maggioere, al comienzo del primer acto. Sabina Puértolas, del tercer cast, promete regalarnos también unas estupendas noches belcantistas.

Fiorilla es una joven atrevida, a quien todas las reglas sociales y de la moral no le importan lo más mínimo. Está casada con don Geronio (aquí, el magnífico barítono Misha Kiria, que se llevó una de las grandes ovaciones del estreno). Ella no tiene el menor reparo en presumir de amantes: «No existe mayor insensatez que amar a un solo hombre; cada día el mismo placer termina por aburrir», canta en la citada cavatina, uno de los pasajes más conocidos de la ópera. Pero se enamora de Selim, un príncipe turco que acaba de desembarcar en Italia, al que da vida el barítono italiano (de Bergamo, como Rossini) Alex Esposito. Otro de los grandes triunfadores.

Firoilla tiene un amante fijo, Don Narciso (el tenor uruguayo Edgardo Rocha) que ve cómo su amada también le es infiel a él con Selim que, a su vez, mantiene un romance con Zaida (la mezzo italiana Paola Gardina), una zíngara que vive con Albazar (el estupendo tenor cordobés Pablo García-López). Una historia de verdadera fotonovela que sirve para que el último personaje que falta por exponer, el Poeta Prosdocimo (un soberbio Florian Sempei, barítono francés que se comió el escenario), tenga por fin una historia interesante para contar a sus lectores, en este caso, nosotros, los espectadores. Todo el elenco al completo se llevó una gran ovación en la première de esta penúltima ópera de la temporada.

Rossini estrenó Il turco in Italia un año después que L’italiana in Algeri. Esta ópera, que en algunos momentos puede sonar muy mozartiana, vio la luz en la Scala de Milán en 1814. Solo cuatro años más tarde, en 1818, llegó a Madrid, al desaparecido Teatro de la Cruz, pues aún no se había construido el Teatro Real. Este argumento tan ‘libertino’ de Felice Romani fue –probablemente– posible gracias a que en esos años en Italia aún se vivía bajo el libertinaje napoleónico. Luego las cosas cambiaron.

Una vez más, fue Maria Callas, en la Ópera de Roma, quien la recuperó. A partir de ese momento –aunque sin llegar a ser uno de los títulos más frecuentes de las temporadas–, ha sido la herramienta perfecta para el lucimiento de las más grandes, como Montserrat Caballé.

Giacomo Sacripanti debutó, a lo grande, en el foso del Real con esta obra de uno de sus compositores favoritos. Como también es uno de sus registas preferidos Laurent Pelly. Se nota. La conexión entre foso y escena es perfecta. En la sala lo disfrutamos. Y mucho. Tanto que al comienzo del segundo acto fue recibido con un «¡bravo, maestro!» que resonó en todo el teatro. La Orquesta Titular del Teatro Real vuelve a demostrar su versatilidad tras unos meses en los que las apuestas del coliseo han sido obras del siglo XX –Arabella, La nariz, Nixon en China– con parada en el romanticismo más puro de Tristán e Isolda o el desconocido barroco español perdido de Aquiles en Esciros. Al igual que el coro. Dos valores seguros obra tras obra.

Está claro que nuestro principal teatro de ópera en España ha alcanzado no solo su mayoría de edad para codearse con los primeros del mundo de tú a tú, sino, también, por una programación equilibrada. Algo necesario una ciudad que solo dispone de un coliseo operístico (no como otras grandes capitales europeas) en el que tiene que conjugar el repertorio con las asignaturas pendientes; es decir, lo popular con lo arriesgado, pero siempre con el denominador común de la excelencia artística y la sensatez, que tantas veces brilla por su ausencia.

Ahora, encarrilamos el fin de temporada con esta nueva producción de la casa de Il turco in Italia que promete dar muchas más alegrías hasta el 12 de junio. Desde que en la noche de estreno vimos, ya desde la vibrante obertura, cómo se configuraban unos chalets adosados sobre el inmenso escenario del Real, nos dimos cuenta de que iba a ser el ambiente perfecto para esta fotonovela de pasión y cuernos… Y vaya si lo fue.